Preparen el camino del Señor

Adviento

Domingo de la II semana – Ciclo B

Este es el principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. En el libro del profeta Isaías está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti, a preparar tu camino.

Voz del que clama en el desierto: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos”. En cumplimiento de esto, apareció en el desierto Juan el Bautista predicando un bautismo de arrepentimiento, para el perdón de los pecados.

A él acudían de toda la comarca de Judea y muchos habitantes de Jerusalén; reconocían sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.

Juan usaba un vestido de pelo de camello, ceñido con un cinturón de cuero y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Proclamaba: “Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”. Palabra del Señor. 

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«Comienzo del Evangelio de Jesús, el Cristo». Así se abre el Evangelio de Marcos que nos acompañará durante este año litúrgico. El Evangelio es la «buena noticia» de Jesucristo, y un «nuevo inicio» para quienes lo escuchan. Por esto no se escucha de una vez por todas. Todos necesitamos escucharlo y volverlo a escuchar. Ninguna edad ni ninguna generación pueden prescindir de ello. Mientras lo hacemos, el Evangelio renueva nuestra vida liberándola de las cadenas del presente y de la cárcel del mal. 

Hay un futuro que debe llegar, y este Evangelio nos invita a prepararlo; de hecho, anuncia que «alguien» va a venir entre los hombres para darles la salvación. No hay tiempo para distraerse o para escuchar otras voces. Se corre el riesgo de perder esta ocasión propicia. El del Evangelio, como Juan Bautista, abre el camino al Señor que se manifiesta a los hombres. 

Ya Isaías profetizó para el pueblo de Israel un gran camino, abierto en el desierto, un camino largo, recto y llano que superará valles y montañas para subir hasta Jerusalén. Y el Señor, como el pastor del que habla el profeta, se pondrá delante de su pueblo conduciéndolo por ese camino. Podríamos decir que abrir el camino significa abrir el Evangelio, y recorrerlo significa leerlo, meditarlo y ponerlo en práctica. El «camino del Señor» ha llegado hasta nosotros; la salvación ha descendido a nuestra vida. 

Esta convicción es la fuerza del Bautista. Él viste pobremente, con una piel de camello. Su austeridad, tan lejana de tantas actitudes nuestras, subraya que él vive sólo del Señor y de su reino. Juan tiene prisa por que llegue pronto el futuro de Dios, y lo grita con fuerza. No se resigna a un mundo privado de esperanza. No se calla, protesta, es cortante con su palabra. Como toda predicación requiere, Juan habla al corazón de la gente: no quiere golpear los oídos, no le gusta correr detrás de vanos deseos, no propone verdades o ideas suyas. Obedeciendo al Espíritu del Señor, desea que su palabra colme el vacío de los corazones, allane los montes de los egoísmos, abata los muros que separan, extirpe las raíces amargas que envenenan las relaciones y enderece los senderos torcidos por el odio, la maledicencia, la indiferencia y el orgullo. Y Marcos lo advierte: «Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén» para ser bautizados, confesando cada uno sus pecados. La Liturgia dominical, nuestras iglesias, pequeñas o grandes, se convierten en el lugar donde acercarnos al Bautista y a su predicación. Cuando la Palabra de Dios es anunciada y predicada, en ese momento se abre el camino del Señor. Dichosos nosotros si sabemos acogerlo y recorrerlo, porque sin duda nos conducirá al encuentro del Señor que viene. 


[1] V. Paglia, Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 21-22

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