Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón

Adviento

Miércoles de la II semana

En aquel tiempo, Jesús dijo: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré.

Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera”. Palabra del Señor.

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Estos pocos versículos están llenos de compasión. Jesús llama a sí a los que están fatigados y sobrecargados por la vida: incluye desde el publicano al que llamó para que le siguiera hasta el pequeño grupo de hombres y mujeres que lo eligieron como Maestro; desde las muchedumbres abatidas que finalmente encuentran en él un pastor hasta los que no tienen quien se ocupe de ellos; desde quien vive oprimido por la violencia de los ricos hasta los que sufren la violencia de la guerra, el hambre y la injusticia. Para todas esas personas resuenan, llenas de ternura y sensibilidad, estas palabras del Señor: «Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré». 

Nosotros tenemos que ser la voz de Jesús, su Iglesia debe gritar a las multitudes del mundo la invitación de Jesús a cobijarse bajo su manto. ¿Intento yo decir, con humildad y delicadeza, esas mismas palabras a la gente que conozco? Aquella invitación de Jesús que también nosotros hemos recibido a través de alguien, ¿se la repetimos nosotros a otros que la esperan?

La gente a menudo aparta a quien está cansado y oprimido, tiene miedo de que les traiga problemas. Nosotros debemos ser, con nuestro amor, un alivio para quienes sufren, padecen injusticias o no soportan la vida. Y el reposo no es otro que Jesús mismo: recostarse sobre su pecho y alimentarse de su Palabra. 

Jesús, y solo él, puede añadir: «Tomen mi yugo sobre ustedes». Este yugo es el Evangelio, exigente y suave a la vez, como él. El verdadero yugo es unirse a Él. Solo somos libres si nos unimos a aquel que nos saca de los angostos límites de nuestro yo. Por eso añade: «aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón». Son las dos características que Jesús indica a todos, camino de bienaventuranza, es decir, de felicidad que podemos dar y recibir. 

El manso y humilde hace la vida más fácil a los demás, al contrario del arrogante, del irascible, del soberbio, que vive mal y hace el mal. Aprendan de mí, es decir, háganse discípulos míos. Lo necesitamos nosotros y lo necesitan las muchedumbres de este mundo, que esperan escuchar una vez más la invitación de Jesús: «Vengan y encontrarán descanso».


[1] Cfr. V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 285.

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