No temas… soy yo tu Dios, el que te ayuda

Adviento

Jueves de la II semana

“Yo, el Señor, te tengo asido por la diestra y yo mismo soy el que te ayuda. No temas, gusanito de Jacob, descendiente de Israel, que soy yo, dice el Señor, el que te ayuda; tu redentor es el Dios de Israel.

Mira: te he convertido en rastrillo nuevo de dientes dobles; triturarás y pulverizarás los montes, convertirás en paja menuda las colinas. Las aventarás y se irán con el viento y el torbellino las dispersará.

Tú, en cambio, te regocijarás en el Señor, te gloriarás en el Dios de Israel. Los miserables y los pobres buscan agua, pero es en vano; tienen la lengua reseca por la sed. Pero yo, el Señor, les daré una respuesta; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré.

Haré que broten ríos en las cumbres áridas y fuentes en medio de los valles; transformaré el desierto en estanque y el yermo, en manantiales. Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos y olivos; plantaré juncos en la estepa, cipreses, oyameles y olmos; para que todos vean y conozcan, adviertan y entiendan de una vez por todas, que es la mano del Señor la que hace esto, que es el Señor de Israel quien lo crea”. Palabra de Dios.

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La vida nos pone en ocasiones frente a situaciones que a primera vista parecen insuperables, que provocan en nosotros la sensación de impotencia, que nos hacen sentir “pequeñitos” frente a los demás, vulnerables como un “gusano” que cualquiera puede aplastar.

El texto del profeta Isaías que leemos hoy ilumina esa realidad que puede ser personal o comunitaria, y nos muestra como podemos superarla asidos de la mano creadora de Dios.

En la profecía mesiánica de hoy, Dios nos habla directa e insistentemente en primera persona, como dándonos certeza de su cercanía, de su ternura a través de formas concretas que hacen entender la cómo Él se ocupa de nosotros: «te tengo asido por la diestra»; «soy yo…. el que te ayuda»; «te he convertido en rastrillo nuevo»; «les daré una respuesta», « no los abandonaré». En todo el texto el Señor se presenta como el autor de la salvación: «tu redentor es el Dios de Israel».

Para entender mejor la profecía la podemos dividir en dos partes. En la primera -vv.13-16- Dios va sacando a una persona de sus miedos, la conduce del “temor” a la “alegría”; en la segunda, -vv. 17-20- Dios se presenta en acción, haciendo florecer el desierto para que el pobre y el sediento comprendan cómo se les ofrece la salvación. En las dos partes se parte de la toma de conciencia de una necesidad profunda y se termina con una expresión de reconocimiento de la salvación de Dios.

Primera parte: Superar los miedos

En la primera parte se pueden distinguir tres pasos.

Primer paso: La imagen de la “mano”

La primera vez que Dios dice: «No temas, gusanito de Jacob, descendiente de Israel, que soy yo, dice el Señor, el que te ayuda» nos coloca frente a la imagen de na mano que sostiene: «te tengo asido por la diestra».

El contacto con una mano fuerte transmite la ternura que infunde confianza. Así es como se aproxima Dios al hombre atribulado, mientras dice al oído: «no tengas miedo».

Lo maravilloso es que Dios es el que tiene de la no, Él mismo es el que se presenta: «soy yo, dice el Señor, el que te ayuda; tu redentor es el Dios de Israel».

El texto destaca un gran contraste entre el hombre y Dios: por una parte la fragilidad humana representada por el «gusanito» y por otra el poder de Dios, que se presenta como «redentor», «santo». Los nombres de Jacob e Israel designan al pueblo de Dios entero, pero éste aparece aquí en su calidad de pueblo que no es nada sin Dios. En este pasaje se manifiesta claramente la gran ternura de Dios.

Segundo paso: la victoria sobre las “montañas”

Una vez que el pueblo ha sido tomado de la mano es poco a poco levantado por Dios. El gusanito atribulado supera la grandeza de las montañas. El gusanito que se arrastraba es ahora rastrillo que arrastra con su juicio las montañas como su fueran paja de trigo, para luego separar el trigo de la paja: «te he convertido en rastrillo nuevo de dientes dobles; triturarás y pulverizarás los montes, convertirás en paja menuda las colinas».

Los montes y los cerros representan lo que es adverso a la humanidad, son imagen del orgullo humano que se levanta contra Dios y de los obstáculos que se le ponen al pueblo en su caminar por el desierto en donde se ve oprimido por fuerzas oscuras que lo oprimen. De esta manera los obstáculos son superados.

Tercer paso. Brota la alegría y la alabanza.

Enseguida viene la celebración. El pueblo canta y aclama a Dios porque todo ha sido obra de su cercanía. El Dios Santo es ahora el motivo de una alegría extraordinaria. El poder y la ternura de Dios encuentran su síntesis en la alabanza del pueblo que está de fiesta. «Tú, en cambio, te regocijarás en el Señor, te gloriarás en el Dios de Israel.»

Segunda parte: Saciar la sed

Teniendo a la vista al pueblo humilde que camina por el desierto, con la incertidumbre de sus miedos y enfrentando diversos obstáculos, pero que cuenta con la cercanía de Dios, la profecía su detiene a observar a «los humildes y a los pobres». SU dificultad se relaciona ahora con la muerte que les espera por la falta de agua en el desierto: «Los miserables y los pobres buscan agua, pero es en vano; tienen la lengua reseca por la sed». El gusanito que se veía amenazado por las montañas se presenta ahora como el pobre que ve en riesgo su sobrevivencia.

Dios responde con su palabra creadora. Ante la vista del humilde que suplica, el escenario se transforma. Los cambios que se realizan son increíbles. Mediante la obra del Señor la aridez de los valles y el inhóspito desierto, se transforman en espacios de vida.

El escenario recuerda el paraíso bañado por cuatro fuentes de agua: «haré que broten ríos en las cumbres áridas y fuentes en medio de los valles; transformaré el desierto en estanque y el yermo, en manantiales». Se enumera una lista de árboles selectos que ofrecen lo mejor de si mismos para la vida del hombre. La exuberancia de la vegetación sumada a la abundancia de agua de gran calidad y que mana en gran cantidad por los montes y los valles, remiten a los ideales de la plenitud humana que sólo son posibles por la “mano” creadora de Dios: «Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos y olivos; plantaré juncos en la estepa, cipreses, oyameles y olmos; para que todos vean y conozcan, adviertan y entiendan de una vez por todas, que es la mano del Señor la que hace esto».

Entonces el hombre responde con su fe que reconoce la acción creadora de Dios. Viendo la obra reconoce quien es el protagonista. Cuatro verbos describen el dinamismo de la fe: «vean y conozcan, adviertan y entiendan». Ver la obra de Dios, conocer que deriva de la constatación de los hechos, advertir y entender que la salvación de Dios es la mayor obra de su creación Esta toma de conciencia permite descubrir, valorar y acoger la novedad de Dios en todos los momentos de la vida.


[1] Oñoro, F. Es la hora de la confianza: Isaías 41, 13-20. CEBIPAL/CELAM.

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