Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús

Ferias mayores

20 de diciembre

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María. Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.

El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”.

María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?” El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios”. María contestó: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Y el ángel se retiró de su presencia. Palabra del Señor.

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María, elegida y formada para convertirse en la madre de Jesús, ha aceptado plenamente esta vocación. Para ella no era ni fácil ni algo por descontado. Cuando el ángel le llevó el saludo de Dios, María se turbó. De hecho, no tenía una gran consideración de sí, contrariamente a los sentimientos que generalmente habitan en nuestros corazones. 

Aquí está precisamente la esencia del pecado original: en el orgullo y el sentido de autosuficiencia enraizado en todos. Y de un corazón desligado de Dios es de donde se origina el mal en el mundo. María no se exalta ante el anuncio del ángel, al contrario, se turba. 

Así debería ocurrimos a cada uno de nosotros cada vez que escuchamos el Evangelio. Pero el ángel la conforta: «No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús». A decir verdad, este anuncio la conmociona aún más; también porque todavía no se había ido a vivir con José. 

Pero el ángel añade y explica: «el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra». No se nos han dado a conocer los pensamientos de María en aquel momento. Si responde «no», permanece en su tranquilidad y sigue con la vida de siempre. Si, por el contrario, responde «sí», toda su vida se transformaría. A diferencia de nosotros, María no confía en sus fuerzas sino sólo en la Palabra de Dios. Por esto dice: «Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho». Ella, la primera amada por Dios, es también la primera en responder «sí» a la llamada que le trajo el ángel. Hoy María está delante de nosotros, delante de los ojos de nuestro corazón, para que, contemplándola, podamos imitarla y, con ella, cantemos el amor que el Señor ha derramado en nuestros corazones. 


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2019, 22-23.

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