Ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido

Adviento

Martes III semana 

Del libro del profeta Sofonías (3, 1-2.9-13)

“¡Ay de la ciudad rebelde y contaminada, de la ciudad potente y opresora! No ha escuchado la voz, ni ha aceptado la corrección. No ha confiado en el Señor, ni se ha vuelto hacia su Dios. Pero hacia el fin daré otra vez a los pueblos labios puros, para que todos invoquen el nombre del Señor y lo sirvan todos bajo el mismo yugo.

Desde más allá de los ríos de Etiopía, hasta las últimas regiones del norte, los que me sirven me traerán ofrendas. Aquel día no sentirás ya vergüenza de haberme sido infiel, porque entonces yo quitaré de en medio de ti a los orgullosos y engreídos, y tú no volverás a ensoberbecerte en mí monte santo.

Aquel día, dice el Señor, yo dejaré en medio de ti, pueblo mío, un puñado de gente pobre y humilde. Este resto de Israel confiará en el nombre del Señor. No cometerá maldades ni dirá mentiras; no se hallará en su boca una lengua embustera. Permanecerán tranquilos y descansarán sin que nadie los moleste”. Palabra de Dios.

† Del evangelio según san Mateo (21, 28-32)

En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué opinan de esto? Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en la viña’.El le contestó: ‘Ya voy, señor’, pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Este le respondió: ‘No quiero ir’, pero se arrepintió y fue.

¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?” Ellos le respondieron: “El segundo”. Entonces Jesús les dijo: “Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios.

Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas sí le creyeron; ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él”. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martín Alejandro Arceo Álvarez

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Mensaje[1]

La profecía de Sofonías nos coloca ante el esplendor de la venida del Señor, la que ocurre discretamente en todos los momentos de la historia y que se consumará al final de los tiempos. Las profecías que hemos leído desde que inició el adviento al mismo tiempo que ponen delante de nosotros las acciones salvíficas de Dios nos muestran lo que nos corresponde hacer.

Leamos cuidadosamente la profecía de hoy y encontramos a la luz de la Palabra, los motivos para la fiesta a la que nos preparamos. El texto de Sofonías tiene tres partes: el pecado, la salvación y el nuevo pueblo.

El Pecado: dar la espalda a Dios.

El pasaje inicia con una lamentación. El dolor interior es profundo. Las lágrimas de Dios están a punto de asomarse en los ojos del profeta que contempla la ruina de la ciudad. Jerusalén, el pueblo que la habitaba, estaba llamado a ser modelo de las relaciones de justicia, sin embargo se ha descompuesto por la corrupción de sus líderes. El profeta -viendo la historia con los ojos de Dios- describe la dolorosa situación de la ciudad con tres adjetivos:

  • Rebelde: como una persona inmadura que se mueve al vaivén de sus impulsos, teniendo como criterio de acción el capricho y no el proyecto de Dios; se deja ver en el fondo una tremenda arrogancia humana.
  • Manchada. El distanciamiento de Dios coloca al pueblo en situación de impureza, apta para cualquier tipo de pecado.
  • Opresora: El pecado se manifiesta en diversas formas de egoísmo y niega el caminar de la comunidad; predominan los intereses de los poderosos y la fraternidad se diluye en la dominación de unos sobre otros.

Detrás de la realidad que describen estos calificativos hay una realidad más profunda. El rechazo de Dios. El profeta lo dice con dos expresiones en negativo: la primera indica la negación a la Palabra de Dios para la que no hay apertura ni docilidad: «No ha escuchado la voz, ni ha aceptado la corrección»; la segunda, indica el no a la Persona de Dios, se establece con él una distancia para no involucrarlo en la propia vida: «No ha confiado en el Señor, ni se ha vuelto hacia su Dios».

Este es el panorama inicial sobre el que el profeta Sofonías, después de asegurar el juicio de Dios, proclama la obra salvífica de Dios.

La respuesta de Dios: restaurar a su pueblo.

A pesar de su pecado, Dios no abandona a los que ha llamado y ama. El profeta acentúa tres iniciativas de Dios que le dan giro a la situación descrita: Dios purifica, extirpa las causas de la rebeldía y deja en medio de la ciudad a un pueblo “humilde y pobre” a partir del cual se realiza el proyecto de comunidad.

La primera acción positiva de Dios es el núcleo de la segunda parte de la profecía: «daré otra vez a los pueblos labios puros». Se trata de una obra realmente restauradora porque de la purificación resulta un pueblo justo. Leyendo con atención nos damos cuenta como se reconstruye el pueblo de Dios: 

  • Primero: «para que todos invoquen el nombre del Señor»: el pueblo que antes era orgulloso ahora confiesa la fe, los labios purificados reconocen a la persona de Dios, lo confiesan como su Dios y le suplican con confianza. 
  • Segundo: «lo sirvan todos bajo el mismo yugo»: como consecuencia de la aceptación del señorío de Dios, aceptan su proyecto. Ya no se imponen los intereses de unos sobre otros, hay comunión de los intereses de Dios.
  • Tercero. «Desde más allá de los ríos de Etiopía, hasta las últimas regiones del norte, los que me sirven me traerán ofrendas». La dispersión se vuelve congregación en Jerusalén; en este movimiento los dispersos no regresan solos sino que atraen con ellos a los pueblos paganos. La conversión del pueblo atrae a todos los que le rodean. La “ofrenda” es señal externa de la comunión de todos con Dios.

Un nuevo pueblo de pobres y humildes que aprende el proyecto de Dios

Las iniciativas de Dios continúan. Pero en la tercera parte de la profecía el énfasis se pone en la nueva situación del pueblo restaurado por Dios. El profeta habla de: «aquel día».

La frase principal es: «no sentirás ya vergüenza de haberme sido infiel». La vergüenza de que se habla aquí es como la que siente un padre o madre cuando un hijo comete una falta grave y pública, convirtiéndose en motivo de señalamiento y habladurías de la gente.

Según esta palabra profética «aquel día», no habrá lugar para la vergüenza ni para la confusión en el pueblo de Dios. No debe haber motivo de queja ni lamentación de nadie contra nadie, ni señalamiento de experiencias pasadas de pecado.

El profeta profundiza señalando dos razones que el oyente de la Palabra no puede pasar por alto: la primera, «porque entonces yo quitaré de en medio de ti a los orgullosos y engreídos»; la segunda, «yo dejaré en medio de ti, pueblo mío, un puñado de gente pobre y humilde».

Puede observarse la contraposición de las dos expresiones. En la primera, el verbo en realidad es «extirparé», porque no se trata tanto del quitar de en medio a alguien sino de ir a las causas de los comportamientos dañinos para la sociedad. No hay más motivo de vergüenza porque ha habido perdón real. Detrás de esta afirmación profética está la noción bíblica del perdón, que no consiste en la disculpa por una falla cometida sino en una transformación de fondo en aquello que la origina, en una purificación del mal. Por lo tanto, no hay lamentación sencillamente porque no hay pecado.

En la segunda expresión el verbo «dejaré» describe la acción creadora de Dios que saca luz en medio de la oscuridad, quien reconstruye la comunidad y le restaura su vitalidad a partir de un «grupo semilla» que es modelo y al mismo tiempo fuerzo de transformación. Este grupo es llamado por el profeta «resto de Israel». Se trata del pueblo humilde que se mantiene firme en su fe, que encuentra en Yahvé su refugio. Su fe tiene más fuerza que el poder de los líderes que, apoyados en la roca firme del “monte santo” de Dios, encontraban fuerza para cometer sus delitos. Este resto de Israel en cambio «confiará en el nombre del Señor» lo cuál indica una apertura a sus exigencias éticas.

A partir del ejemplo de este «puñado de gente pobre y humilde» todo el pueblo está llamado a cambiar su conducta. Al comienzo de esta profecía, el pueblo, por su orgullo no aceptaba la corrección. Ahora en tres “no” finales se describe la comunión con el querer de Dios que es la vida y la comunidad fraterna: «No cometerá maldades ni dirá mentiras; no se hallará en su boca una lengua embustera».

La insistencia en la eliminación de la mentira hace referencia a los «labios purificados» lo cual tiene una traducción en la vida social. Primero, desde el punto de vista negativo, no hay proyectos ocultos que favorecen los intereses de pocos; segundo, desde el punto de vista positivo, la transparencia de la comunicación edifica la comunidad. En pocas palabras, la comunidad se forma en el aprendizaje de un lenguaje común.

Al ser purificado de su soberbia, el pueblo aprenderá un lenguaje común, tendrá un proyecto de vida compartido, vivirá caminos de crecimiento comunitario sin encontrar obstáculos en su realización histórica: «permanecerán tranquilos y descansarán sin que nadie los moleste».

El evangelio nos habla de la realización de la profecía

El evangelio de este día hace eco de la profecía de Sofonías. Jesús dice que «Juan predicó el camino de la justicia».

El evangelista Mateo, en sintonía con el pensamiento del Antiguo Testamento, entiende por “justicia” la comunión de voluntad con Dios, de donde se desprende todo comportamiento “justo” en las relaciones sociales y en el uso de los bienes de la tierra.

Juan se encontró con la pared infranqueable del orgullo de las autoridades religiosos, quienes se sostuvieran en su soberbia, apoyados en la religión y no se abrieron a la conversión. El rechazo del profeta, porque «ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él» fue la manera de esquiva el llamado al cambio de comportamiento que les era exigido.

Por el contrario, un pueblo nuevo que recorre caminos de justicia, abierto a la venida del Mesías predicada por el Bautista, surge como creación de Dios. Se trata de un pueblo cuya semilla son «los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios»; son personas que dejaron su orgullo a un lado para entrar humildemente en un camino de conversión según el querer de Dios.


[1] Oñoro F., Una gran transformación en el mundo a partir de los humildes. Sofonías 3,1-2.9-13. CEBIPAL/CELAM.

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