Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia

Tiempo Ordinario

Cátedra de San Pedro, Apóstol

En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”. 

Luego les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. 

Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”. Palabra del Señor. 

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La fiesta de hoy de la cátedra de Pedro recuerda una antigua tradición que sitúa precisamente en el 22 de febrero el comienzo del episcopado de Pedro en Roma. La Liturgia nos invita a conmemorar y a celebrar el «ministerio de Pedro». Por un lado se subraya el fundamento apostólico de la Iglesia de Roma, y por otra el servicio de presidencia en la caridad, ese carisma único que continúa vivo en los sucesores de Pedro.

El Evangelio de este día, con los tres símbolos que evoca -la roca, las llaves y el atar-desatar -, muestra que el carisma de Pedro es un ministerio para la entera construcción de los elegidos de Dios. Sabemos bien lo saludable que es para la Iglesia este ministerio de la unidad que el obispo de Roma está llamado a ejercer. Y hoy lo es todavía más. En un mundo globalizado, con presiones tan fuertes hacia la autorreferencialidad y la fragmentación, el papa representa un tesoro único a custodiar proteger y mostrar. No en las formas poderosas de este mundo sino como servicio de amor a todos, y especialmente a los pobres.

El primado de Pedro, de hecho, no nace de la «carne y de la sangre» no es una cuestión de cualidades personales y humanas; es un don del Espíritu de Dios a su Iglesia, como queda claro a partir del texto evangélico. El testimonio del papa Francisco es especialmente elocuente en este tiempo de desorientación e incertidumbre.

La roca la indica Jesús cuando reúne a los discípulos en un lugar apartado. Les pregunta lo que la gente piensa de él, no por curiosidad, que podría incluso ser legítima, sino por ayudar a los discípulos a comprender que él era el enviado de Dios. Jesús sabía bien lo viva que estaba la espera del Mesías, aunque entendido como un hombre fuerte, un líder político y militar que liberaría al pueblo de la esclavitud de los romanos. Sin embargo ésta era una expectativa ajena a su misión, encaminada por el contrario a la liberación radical de la esclavitud del pecado y del mal.

Tras las primeras respuestas Jesús va directo al corazón de los discípulos: «Yustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Necesita que estén en sintonía con él, que compartan con él un «sentimiento común». Pedro toma la palabra por todos y confiesa su fe, recibiendo la bienaventuranza. Pedro, y con él aquel modesto grupo de discípulos, forma parte de esos «pequeños» a los que el Padre revela las cosas escondidas desde la creación del mundo. Y Simón, hombre como los demás, hecho de «carne y hueso», en el encuentro con Jesús recibe una nueva vocación, una nueva tarea, un nuevo compromiso, un nuevo nombre: ser «piedra», es, decir, sostén para tantos otros, con el poder de atar nuevas amistades y de desatar tantos lazos de esclavitud.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 109-110.

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