María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.

1o. de enero

Octava de Navidad

Santa Maria Madre de Dios

Textos

+ Del santo Evangelio según san Lucas (2, 16-21)

En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al niño, recostado en el pesebre. Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño y cuantos los oían, quedaban maravillados.

María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.

Los pastores se volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado.

Cumplidos los ocho días, circuncidaron al niño y le pusieron el nombre de Jesús, aquel mismo que había dicho el ángel, antes de que el niño fuera concebido. Palabra del Señor. 

Fondo Musical: P. Martín Alejandro Arceo Álvarez

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Mensaje[1]

Con increíble ternura, hoy la liturgia nos invita a mirar a María para venerarla como Madre de Dios. Han pasado siete días desde Navidad, desde que nuestros ojos han contemplado a este Niño recién nacido y a todos los pequeños y débiles de este mundo.

Hoy la Iglesia siente la necesidad de mirar a la Madre y hacerle fiesta. Pero -es bueno subrayarlo- no la encontramos sola: lleva a Jesús en brazos. Dice el Evangelio que, en cuanto llegaron a Belén, los pastores «encontraron a María y a José, y al niño».

Es hermoso imaginar a Jesús niño ya no en el pesebre sino entre los brazos de María: ella lo muestra a esos humildes pastores y a los humildes discípulos de todos los tiempos. María con Jesús en su regazo o en sus brazos es una de las imágenes más familiares y tiernas del misterio de la encarnación.

Es el icono de María, Madre de Jesús, pero es también la imagen de la Iglesia y de todo creyente: abrazar con cariño al Señor y mostrarlo al mundo. Como aquellos pastores que al salir de la gruta se volvieron glorificando y alabando a Dios, también nosotros, teniendo a Jesús en los ojos y en el corazón lo mostramos al mundo.

En esta pequeña escena se esconde toda la vida de los cristianos. Tiene razón el Papa Francisco al decir que los cristianos siempre están «en salida»: en salida de sí mismos para ir hacia el Señor y en salida de la gruta para hablar de él a todos.

Pero quizá también deberíamos preguntarnos si hay «pastores», y no olvidemos que todo creyente es «pastor» de los demás hermanos y hermanas, que sepan comunicar a los demás la alegría del encuentro con aquel Niño y con su Madre.

Ya es una tradición consolidada que el primer día del año la Iglesia se reúne en oración para invocar la paz. Es como extender al mundo entero, a la familia de los pueblos, la bendición que hemos escuchado de la lectura del libro de los Números: «Que el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz». Es necesario que el Señor extienda su mirada sobre los pueblos.

Desgraciadamente en esos últimos tiempos se han recrudecido los conflictos, y, en consecuencia, por nuestra parte debemos corresponder intensificando la oración por la paz. Sabemos que la paz requiere el compromiso tenaz de los hombres, pero es sobre todo un don que viene de lo alto, es un fruto del Espíritu del amor que actúa en el corazón de los hombres.

Al inicio de este año recogemos el canto de los ángeles en la noche de Navidad: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace ». Es nuestra oración al alba de este nuevo año.

[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2019, 46-47.

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