Cuaresma
Sábado de la semana I
Textos
† Del evangelio según san Mateo (5, 43-48)
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.
Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.
Porque, si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Sean, pues, perfectos como su Padre celestial es perfecto”. Palabra del Señor.
Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez
Mensaje[1]
Para hablar sobre la «justicia» de Dios, que es tan distinta de la de los hombres, Jesús recuerda la antigua ley del talión, que regulaba la venganza para que no fuese desmedida. En efecto, aquella disposición mosaica cumplía una función equilibradora en una sociedad en la que se podía llegar a matar por cualquier motivo. Sin embargo, Jesús quiere superarla, y afirma que no sólo se debe abolir la venganza, sino que estamos llamados a amar a nuestros enemigos y a rezar por ellos. Esto parece ajeno al sentir común de nuestra sociedad, donde cuesta incluso amar a los amigos. A pesar de todo es en esta perspectiva que Jesús delinea el comportamiento de los cristianos.
Seremos reconocidos como discípulos no sólo por cómo nos amamos entre nosotros -y por tanto no por una vida egoísta enfocada sólo a defendernos a nosotros mismos, a menudo sin o contra los demás- sino también por cómo amemos a nuestros enemigos. Con frecuencia los cristianos se comportan igual que los paganos, los que no siguen el Evangelio: aman a quienes les corresponden, saludan a los que los saludan, se preocupan sólo de los que les devuelven los favores. Pero entonces la vida cristiana se empobrece, y los cristianos dejan de ser sal de la tierra y luz del mundo.
El mandato de Jesús se contrapone a la vida que habitualmente llevamos, y de hecho viene introducido por la expresión «pues yo os digo». La afirmación contracorriente de Jesús se basa en el amor mismo de Dios Padre, el cual «hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos». En cambio nosotros nos hemos acostumbrado a dividir el mundo en buenos y malos, en justos e injustos, comportándonos en consecuencia: favorablemente hacia los primeros y con desprecio hacia los segundos. E
El amor de Dios es universal, no hace acepción de personas: el Padre que está en los cielos quiere que todos sean sus hijos, sin excepción. Y nosotros seremos hijos de este Padre obedeciendo el mandato que Jesús nos ha dado: sólo una vida en el amor nos hace hijos de Dios. Hay por tanto una gran sabiduría en las difíciles palabras de este pasaje evangélico. Jesús lo sabe bien, y pide a sus discípulos amar incluso a los enemigos. Podríamos añadir que si nos cuesta amarlos, al menos recemos por ellos. Si a veces es difícil vencer la enemistad – sucede sobre todo cuando dura mucho tiempo- al menos recemos por nuestros enemigos, nuestros opositores, y los que nos persiguen. La oración cumplirá el milagro de la conversión de los corazones al amor y por tanto el de la reconciliación.
[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 111-112