Tiempo Ordinario
Miércoles de la VII semana
Textos
† Del evangelio según san Marcos (9, 38-40)
En aquel tiempo, Juan le dijo a Jesús: “Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”.
Pero Jesús le respondió: “No se lo prohibían, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí.
Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”. Palabra del Señor.
Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez
Mensaje[1]
Estamos en la segunda parte del evangelio de Marcos, después de la profesión de fe de Pedro en Cesarea de Filipo. Ahora Jesús se encuentra más concentrado en la formación de los Doce, aunque no se olvida de instruir a las muchedumbres. Los discípulos, se sentían privilegados. Juan se erige en portavoz. Está preocupado porque alguien, que no pertenecía al grupo de los discípulos, realiza exorcismos «en nombre de Jesús»: es decir, con su autoridad.
La escena recuerda un caso conocido en el Antiguo Testamento, descrito en el libro de los Números ( (cf. 11,26-29). Dos hombres que habían sido convocados para ir a la tienda del encuentro y recibir el espíritu de profecía por medio de Moisés, no asistieron. A pesar de ello, el espíritu descendió también sobre ellos y empezaron a profetizar. Esto alarmó a alguno, que se apresuró a informar a Moisés. Josué le pidió expresamente a este último que impidiera esta profecía, aparentemente ilíicta. La respuesta de Moisés manifiesta su amplitud de miras: «¿Tienes celos por mí? ¡Ojalá que todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su espíritu!».
Del mismo modo, Juan quería prohibir a uno que ejerciera de exorcista «como no es de los nuestros, se lo prohibimos». Juan concebía el seguimiento como un privilegio antes que como un servicio, lo pensaba en términos de «exclusividad» antes que en términos de universalidad. Le faltaba la «amplitud de miras» suficiente para superar la estrechez de su experiencia. Le faltaba sobre todo una apertura misionera, una sensibilidad altruista, porque estaba empeñado en defender más que en difundir lo que era y lo que tenía.
Jesús no le reprende, sino que le corrige amablemente usando un argumento de sentido común. Realizar un exorcismo significa poseer la fuerza de Cristo para vencer a Satanás. Quien usa esa fuerza está, necesariamente, en comunión con Cristo. Por consiguiente, no puede ser enemigo suyo. El texto concluye aludiendo un dicho sapiencial: si alguien no es enemigo tuyo, es amigo tuyo. Jesús se revela así como un maestro del buen sentido, abierto a la diversidad, que no es oposición, sino expresión de un sano pluralismo.
[1] G. Zevini – P.G. Cabra, Lectio divina para cada día del año. 9., 325-326.