Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces?

Pascua

Sábado de la IV semana

Textos

† Del evangelio según san Juan (14, 7-14)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”.

Le dijo Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le replicó: “Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Entonces por qué dices: ‘Muéstranos al Padre’? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Si no me dan fe a mí, créanlo por las obras.

Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aun mayores, porque yo me voy al Padre; y cualquier cosa que pidan en mi nombre, yo la haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

Yo haré cualquier cosa que me pidan en mi nombre”. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez

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Mensaje[1]

Jesús acababa de decir a los apóstoles que él es el camino para llegar al Padre que está en los cielos. No les dejaba sin orientación, pues el que escucha y pone en práctica su palabra llega a conocer al Padre. Jesús les daba otra aclaración: «Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto». 

Los verbos «conocer» y «ver» se refieren a la dimensión de la fe, un conocimiento y una visión que va más allá de la dimensión visible y concierne al más allá de Dios. Felipe, como para cerrar definitivamente el discurso, le pide: «Muéstranos al Padre y eso nos basta». Jesús responde con un reproche dolorido: «¿Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.». 

Penetramos aquí en el corazón de la fe cristiana y en el de toda búsqueda religiosa. Jesús afirma claramente que a Dios, el creador del cielo y de la tierra, le encontramos a través de él. «A Dios nadie le ha visto nunca», escribe Juan en su primera Carta (4, 12). Es Jesús, que le ha conocido, quien nos le revela, por ello, si queremos ver el rostro de Dios, debemos descubrir el de Jesús; si queremos conocer el pensamiento de Dios, es suficiente con conocer el Evangelio; si queremos entender el modo de actuar de Dios, debemos observar el comportamiento de Jesús. 

El Padre del cielo está cerca de la vida de los hombres, como lo estaba Jesús: es un Dios que hace resucitar a los muertos, que se hace niño con tal de estar a nuestro lado, que llora por el amigo muerto, que recorre los caminos de los hombres, que se para, que cura y se apasiona por todos; es verdaderamente el Padre de todos. 

Jesús añadió palabras aún más atrevidas, que solo él puede pronunciar. Dice que si permanecemos unidos a él, también nosotros llevaremos a cabo sus obras, es más, Jesús dice que las haremos mayores. Son palabras que en general olvidamos y, en cualquier caso, meditamos poco. Nos parecen exagerado o inverosímiles. A menudo nos sucede que nos creemos que somos más realistas y verídicos que el Evangelio. En realidad, seguimos así una lectura mundana del Evangelio y renegamos de su fuerza. 

El Evangelio tiene un poder que le viene de contener la Palabra misma de Dios, que es siempre creadora de vida y amor. Si nos alimentamos de las palabras del Evangelio, nuestras palabras serán fuertes y eficaces; comenzando por la oración: « cualquier cosa que pidan en mi nombre, yo la haré». Sí, nuestra oración, si se hace en el nombre de Jesús, es fuerte y poderosa, llegará directamente al corazón de Dios, y él se rendirá, por así decir, ante nuestras palabras. Pero también las palabras de la predicación, la consolación y la exhortación que pronunciaremos en el nombre de Jesús tendrán la fuerza de cambiar el corazón de quienes escuchan y de la sociedad en la que vivimos. 


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 192-193.

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