Tiempo Ordinario
Viernes de la XXVII semana
Textos
Del libro del profeta Joel (1, 13-15; 2, 1-2)
Hagan penitencia y lloren, sacerdotes; giman, ministros del altar; vengan, acuéstense en el suelo vestidos de sayal, ministros de mi Dios, porque el templo del Señor se ha quedado sin ofrendas y sacrificios.
Promulguen un ayuno, convoquen la asamblea, reúnan a los ancianos y a todos los habitantes del país en el templo del Señor, nuestro Dios, y clamen al Señor: “¡Ay de nosotros en aquel día!” Porque ya está cerca el día del Señor, y llegará como el azote del Dios todopoderoso.
Toquen la trompeta en Sión, den la alarma en mi monte santo; que tiemblen los habitantes del país, porque ya viene, ya está cerca el día del Señor. Es un día de oscuridad y de tinieblas, día de nubes y de tormenta; como la aurora se va extendiendo sobre todos los montes, así se extenderá el poderoso ejército que viene: nunca hubo uno como él ni habrá otro igual a él por muchas generaciones. Palabra de Dios.
Mensaje[1]
El profeta Joel lleva a cabo su misión en un momento difícil para el pueblo de Israel. Es un tiempo de desolación, quizás por calamidades naturales que ha asolado el país. El profeta advierte a Israel de que no siga el instinto de resignación y no se abandone al lamento.
Lo exhorta, más bien, a reunirse en asambleas litúrgicas para elevar a Dios su petición de ayuda. Se dirige a toda la comunidad con las siguientes palabras: «¡Suspira tú, como doncella vestida de luto por el esposo de su juventud!».
Llama a la oración a «los habitantes del país», a los «labradores», a los «viñadores», así como a los sacerdotes y a los ancianos. Es a invitación a la concordia de un único pueblo para que pida perdón e invoque la ayuda del Señor.
Es la invitación a hacer una oración común: «¡Vestíos de luto!». La oracíon común reúne a todos en el templo, y todos se reconocen como hermanos y hermanas que se dirigen juntos al Señor. La oración, dice el profeta, va acompañada del ayuno. Es más, en los momentos difíciles, la oración es ante todo ayuno, es decir, reconocer que somos insignificantes y débiles.
Con la oración lo imposible es posible, como leemos en varias ocasiones en los Evangelios. Jesús mismo decía a los discípulos: «Esta clase [de demonios] con nada puede ser arrojada, sino con la oración» (Mc 9, 29).
[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. p. 360.