Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?

Tiempo Ordinario – Ciclo B

Domingo de la XXIV semana

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los poblados de Cesarea de Filipo. Por el camino les hizo esta pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le contestaron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas”.

Entonces él les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías”. Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie.

Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día.

Todo esto lo dijo con entera claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo. Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.

Después llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Palabra del Señor.

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Este Domingo damos un paso decisvo en nuestro itinerario. Vamos a la mitad del camino, capítulo octavo, en el  evangelio según san Marcos, que este año nos acompaña en la liturgia dominical. 

En la pedagogía de este evangelio que pretende formar a quienes quieren ser discípulos de Jesús la pregunta que Jesús dirige a los discípulos de la primera hora se dirige también a los discípulos de todos los tiempos. No se puede ser discípulo sin tener una conciencia clara sobre quién es Jesús, cuál es su misión y el modo en el que la realiza conforme a la voluntad del Padre.

Ha transcurrido ya la primera parte de su ministerio. Ahora Jesús se dirige a la región de Cesarea fe Filipo, al noreste de Palestina. Esta indicación geográfica es relevante. Cesarea no era un lugar neutral, era símbolo de paganismo, de culto al emperador y del poder romano, era por tanto era un ambiente propicio para el  sincretismo religioso con la consiguiente indefinición de los creyentes y para la indefinición política ante la fuerte presencia romana.

La pregunta de Jesús a sus discípulos «¿quién dice la gente que soy yo?» da a entender el ambiente que su había suscitado en torno a Jesús. Su ministerio ha tenido éxito, ha hablado con una sencillez y elocuencia insuperable, ha manifestado una bondad extraordinaria y un poder impresionante. Su persona suscita interrogantes acerca de la identidad de este personaje tan bueno como poderoso. Por eso los discípulos no tienen dificultad en responder. Hay incertidumbre, todos lo consideran un hombre que viene de Dios pero no logran identificarlo.

La segunda pregunta, es más directa. «Y ustedes, ¿quién dicen que so yo?» La respuesta pide definición, no puede quedar en ambigüedades. Las palabras de Pedro revelan su fascinación por la personalidad de Jesús, lo que ha visto y oído conviviendo con él no le permite dudar que se encuentra delante del Mesías, y esa es su respuesta.

Jesús reacciona ordenando que no lo digan a nadie. Conoce a sus discípulos y la mentalidad de su pueblo. Identificarlo como Mesías es acertado, pero no lo es atribuirle las expectativas mesiánicas que esperaban el cumplimiento de la promesa en un enviado de Dios, guerrero y poderoso, que derrotando al Imperio devolviera a Israel la gloria de los tiempos de David.

La pedagogía de Jesús es impresionante. A la respuesta de Pedro  corresponde el primer anunció de la pasión, con el que se deslinda del ideal mesiánico que el pueblo alimentaba a partir de algunos textos de la Escritura identificándose con el Siervo de Yahvé del profeta Isaías.

En contrapunto la reacción de Pedro. Al apóstol le chocan las palabras de Jesús, no las resiste por lo que «se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo». No aceptaba una suerte humillante para Jesús. Piensa también en Mesías triunfante no en un hombre rechazado, humillado, acusado, maltratado; definitivamente esta no es su perspectiva. No puede imaginarse a Dios actuando sin la fuerza y la violencia con la que los grandes imperios han sometido a las naciones de la tierra; no puede imaginarse a un Dios que perdona en lugar de vengar y que reconcilia en lugar de castigar.

A la reacción de Pedro corresponde una encendida respuesta de Jesús. «¡Apártate Satanás! Porque no juzgas según Dios, sino según los hombres» Es una reacción decidida y severa. Pedro ha desubicado su posición.  De ser discípulo pretende pasar a ser guía y Jesús lo remite a su puesto de discípulo; lo llama «Satanás» y con ello le advierte que quien quiera apartarlo del camino de Dios dejándose determinar por los impulsos y deseos humanos se pone contra Dios mismo y se pone del lado del tentador, cuya tarea es separar al hombre de la voluntad de Dios para que se guíe por otros influjos.

Después de este diálogo intenso una enseñanza para todos los que quieran llegar a ser discípulos del Señor. Primero la Cruz. Quien quiera ser discípulo debe identificarse con el Señor, renunciar a la violencia, al dominio de la fuerza y del poder como camino de realización personal y de presencia de Dios en la historia. Son palabras claras que acaban con las ilusiones y las pretensiones de los que quieren ser discípulos para satisfacer sus propias aspiraciones humanas de triunfo, de éxito y dominio. En lugar de esto, hay que tomar la cruz y seguirle, el camino es la entrega de la propia vida, por amor.

En segundo lugar una regla general. «El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi y por el evangelio, la salvara.» Con ello queda claro al discípulo que su vocación es una vocación al amor; su felicidad no se encuentra en el prestigio de quien se pone por encima de los demás, aplastándolos, ni en el imperio del egoísmo. Quien acepte perder su propia vida por Jesús y por el Evangelio, la salvará, porque al introducirse en el camino del amor acepta, por amor al Señor, una suerte difícil, un combate duro, pero también la trascendencia de su vida en el corazón de las personas a las que se hace el bien y en la comunión con Dios eterno.

Tengamos en cuenta siempre esta enseñanza de Jesús. Nuestra tendencia espontánea nos inclina a buscar nuestra realización en  la satisfacción de los instintos básicos que cuando se salen de control buscan su satisfacción con el imperio de la fuerza e incluso de la violencia. El camino de Dios es distinto, es el que recorrió Jesús, es un camino paradójico en el que cuando perdemos ganamos, es decir, cuando entregamos nuestra vida renunciando a nuestro intereses inmediatos para buscar el Reino de Dios nuestra vida florece y se multiplica y alcanza la plenitud. Definámonos frente a Jesús, confesémoslo como Mesías, así como el se nos deja conocer y que su Cruz sea la Cruz nuestra de cada día.

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