Y se les abrieron los ojos

Viernes de la primera semana

Esto dice el Señor: “¿Acaso no está el Líbano a punto de convertirse en un vergel y el vergel en un bosque? Aquel día los sordos oirán las palabras de un libro; los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad; los oprimidos volverán a alegrarse en el Señor y los pobres se gozarán en el Santo de Israel; porque ya no habrá opresores y los altaneros habrán sido exterminados. Serán aniquilados los que traman iniquidades, los que con sus palabras echan la culpa a los demás, los que tratan de enredar a los jueces y sin razón alguna hunden al justo” Esto dice a la casa de Jacob el Señor que rescató a Abraham: “Ya no se avergonzará Jacob, ya no se demudará su rostro, porque al ver mis acciones en medio de los suyos, santificará mi nombre, santificará al Santo de Jacob y temerá al Dios de Israel. Los extraviados de espíritu entrarán en razón y los inconformes aceptarán la enseñanza”. Palabra de Dios.

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En este sexto día del camino del adviento, el profeta Isaías nos da una pista para que sepamos buscar, comprender y participar en la transformación profunda obrada por Dios. Para ello, nos enseña a ver el mundo con los ojos de Dios.

El profeta observa la lenta e irresistible transformación de la naturaleza: «“¿Acaso no está el Líbano a punto de convertirse en un vergel y el vergel en un bosque?». La anotación temporal que indica que algo está sucediendo nos da una triple enseñanza: Dios tiene una pedagogía para salvar al hombre y su historia; el ritmo de la espera y la realización de las promesas no debe matar los sueños sino acrecentar el deseo; hay que estar atento a las etapas de la acción de Dios, en el texto que leemos el profeta observa con paciencia y con cuidado la estepa, el huerto y la selva; la tierra improductiva se transforma en un tierra fértil, expresión de vida abundante.

No es raro que nos desesperemos cuando vemos que nuestros sueños no se han realizados. El profeta inculca a su pueblo la certeza de Dios y le enseña a alimentar la esperanza leyendo la historia, encontrando en ella los signos con los que Dios habla y que en ocasiones nos pasan desapercibidos.

De la naturaleza, Isaías pasa a observar a las personas. El profeta no sólo observa el milagro de la creación; observa también el surgimiento de una nueva sociedad. Percibe cómo la vida se restaura en diversas dimensiones:

Curación de deficiencias físicas y espirituales simbolizadas en la ceguera y la sordera. Se revoca el castigo que impedía al pueblo captar la revelación divina. Con la presencia del Mesías «los sordos oirán las palabras de un libro; los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad». En el tiempo inaugurado por el Ungido del Señor, el pueblo, comenzando por la gente más sencilla, entenderá y pondrá en práctica los proyectos y criterios de vida que provienen de Dios. La gente será capaz de leer, de comprender y vivir las enseñanzas de la Palabra.

Superación de la pobreza. Una vez que el pueblo se vea a sí mismo en el proyecto de Dios, comenzará a superar las penas causadas por la precariedad económica, por la desigualdad social y por la exclusión. La felicidad será muy grande porque «los oprimidos volverán a alegrarse en el Señor y los pobres se gozarán en el Santo de Israel».

Restauración de la justicia. En este tiempo nuevo de la historia no habrá lugar para la tiranía ni para el abuso de poder, los causantes de las desgracias de la gente y del desequilibrio social, serán juzgados, «porque ya no habrá opresores y los altaneros habrán sido exterminados. Serán aniquilados los que traman iniquidades, los que con sus palabras echan la culpa a los demás, los que tratan de enredar a los jueces y sin razón alguna hunden al justo».

Ante el cuadro de la nueva humanidad aparece un pueblo que recobra el ánimo y fortalece su fe.

Es un pueblo que se dignifica, que siente que puede levantar la cara ante los demás pueblos, porque el oprobio -incapacidad de comprender a su propio Dios-, la pobreza y la tiranía se han superado definitivamente: «Ya no se avergonzará Jacob, ya no se demudará su rostro».

Es un pueblo que proclama el poder de Dios de la vida. La gente se siente fortalecida para confesar el poder de Dios y al ver a sus hijos, comprenden la obra del Dios de la vida y de la historia: «porque al ver mis acciones en medio de los suyos, santificará mi nombre, santificará al Santo de Jacob y temerá al Dios de Israel».

La obra de la salvación es obra de las manos de Dios. Quien aprender a ver la historia con la luz de esta profecía reconoce en esta historia, a veces oscura, la santidad de Dios, su trascendencia, el rumor discreto de su paso en todos los aspectos de la vida diaria.

Es un pueblo que evangeliza a los que dudan del proyecto de Dios. El profeta ve incluso a la gente incrédula, la que murmuraba durante el peregrinar, que sabrá sacar conclusiones acertadas: «Los extraviados de espíritu entrarán en razón y los inconformes aceptarán la enseñanza».

Jesús realiza las palabras de Isaías cuando abre los ojos a los ciegos. Con ello hace al hombre ver la obra de Dios en la historia con los ojos de la fe. Por ello, lo primero que sana es la fe y pregunta «crees que puedo hacer esto» y enseguida exclama: «hágase en ustedes conforme a su fe».


[1] Oñoro F., Actitudes ante la venida del Señor: Aprender a ver con los ojos de la fe. Isaías 29, 17-24. CEBIPAL/CELAM.

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