Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos

Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, envió Jesús a los Doce con estas instrucciones: “Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente.

No lleven con ustedes, en su cinturón, monedas de oro, de plata o de cobre. No lleven morral para el camino ni dos túnicas ni sandalias ni bordón, porque el trabajador tiene derecho a su sustento.

Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, pregunten por alguien respetable y hospédense en su casa hasta que se vayan.

Al entrar, saluden así: ‘Que haya paz en esta casa’. Y si aquella casa es digna, la paz de ustedes reinará en ella; si no es digna, el saludo de paz de ustedes no les aprovechará. Y si no los reciben o no escuchan sus palabras, al salir de aquella casa o de aquella ciudad, sacudan el polvo de los pies. Yo les aseguro que el día del juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas con menos rigor que esa ciudad”. Palabra del Señor.

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Este fragmento de Mateo es una instrucción sobro las tareas y la práctica misioneras. Está precedido por la vocación y la presentación de los Doce y por su misión (respectivamente en los w. 1-4 y 5ss: cf. la perícopa de ayer). Los que son llamados son también enviado Existe un vínculo necesario entre vocación y misión. Los discípulos han sido llamados para estar con el Señor (cf. Me 3,12) y ser enviados por los caminos de los hombres a hacer resonar la Buena Noticia que el Señor ha venido a proclamar: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Me 1,15). Son enviados a dar testimonio y a poner voz a la Palabra de misericordia y de salvación (v. 7) -presentada en los capítulos 5-7 y 8-9-, a contar la novedad de Jesucristo, que cuida del débil, libera de la muerte y de la mentira, restituyendo al hombre a sí mismo. En esto continúa el discípulo la obra del Maestro. 

Y el discípulo, al ponerse al servicio del Evangelio como el Maestro, otorga el primado al don: «gratis lo recibisteis, dadlo gratis» (v. 8b). La gratuidad y la pobre en la misión constituyen el testimonio de que el discípulo cuenta con una sola seguridad y tiene un único objetivo, su Señor y su palabra: «No andéis preocupado pensando qué vais a comer o a beber para sustentaros, o con qué vestido vais a cubrir vuestro cuerpo» (Mt 6,25). De este modo, la misión se convierte en ocasión para crear una circulación de gracia y de vida entre el que anuncia y atestigua y el que acoge. Una circulación que hace visible la conciencia de la filiación divina de cada creyente, abre a la fraternidad y da cumplimiento a la promesa de la paz (shalôm) mesiánica en la comunidad. 

Al ser enviado, el discípulo «aprende» ( «discípulo viene del verbo latino discere, «aprender») la alegría y la fatiga de participar en la realización de la promesa~ de convertirse en instrumento eficaz, aun en medio de la debilidad, de la misión del Hijo de Dios entre los hombres. (Zevini (10), p. 286) 


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 277-278.

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