Ustedes son la sal de la tierra

San Bernabé, Apóstol

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente. Ustedes son la luz del mundo.

No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa. Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos”. Palabra del Señor. 

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Los discípulos, sal y luz de la tierra. Jesús dice a los discípulos que son la sal de la tierra y la luz del mundo. Cada uno de nosotros sabe que es una pobre persona, llena de límites y de defectos. No somos sal y luz por nosotros mismos, sino únicamente cuando estamos unidos a la verdadera sal y a la verdadera luz, que es Jesús. 

Sus discípulos, a diferencia de lo que pasa entre los hombres, no están condenados a esconder ante Dios su debilidad y su miseria. Debilidad y miseria no atentan al poder de Dios, no lo borran; en todo caso lo exaltan. El primero que no se avergüenza de nuestra debilidad es precisamente el Señor; su luz no se ve atenuada por nuestras tinieblas. Y -atención- el Evangelio no muestra desprecio alguno por el hombre; el Señor no muestra ningún tipo de antipatía hacia el hombre.

Él lo sabe todo de nosotros. Y nos ama como somos. Evidentemente, quiere que seamos distintos, que crezcamos en el amor y no en el egoísmo. El amor de Dios por nosotros no es sentimentalismo sino energía de cambio y de ayuda, de apoyo y de defensa. Así pues, Jesús añade: «brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos». 

Es la invitación que el Señor nos hace también a nosotros en este tiempo para que seamos trabajadores del Evangelio. Somos sal y luz no por méritos propios sino por gracia. El Señor, que nos ha librado de la soledad y de la muerte reuniéndonos en comunión con él y con los hermanos, nos hace participar de su luz y de su vida para que seamos fermento de amor y luz de esperanza para un mundo que muchas veces vive desarraigado y sin futuro.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 244.

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