Tiempo Ordinario
Jueves de la XI Semana
Textos
† Del evangelio según san Mateo (6, 7-15)
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando ustedes hagan oración no hablen mucho, como los paganos, que se imaginan que a fuerza de mucho hablar, serán escuchados. No los imiten, porque el Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes, pues, oren así: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.
Si ustedes perdonan las faltas a los hombres, también a ustedes los perdonará el Padre celestial. Pero si ustedes no perdonan a los hombres, tampoco el Padre les perdonará a ustedes sus faltas”. Palabra del Señor.
Mensaje[1]
La oración vivifica y ahonda la relación con Dios estrechando la confianza, haciendo palpitar al unísono los dos amores y haciendo que se impregne más en nosotros el rostro del Padre de quien nos reconocemos hijos.
En la catequesis sobre la oración, en el sermón de la montaña, Jesús nos da pautas concretas para la vida de oración:
Al contraponer dos tipos de oración, la de los paganos y la de los discípulos de Jesús, invita a dar un salto cualitativo en el espíritu de oración. El pagano apoya su oración en el ejercicio de la retórica: la oración se vuelve discurso preocupado por la belleza del discurso que seduce al oyente para arrancarle lo que se le pide
El discípulo de Jesús, por su parte, apoya su oración en el ejercicio de la confianza: la convicción de lo que más conmueve a un papá es ver a su hijo necesitado, él lo percibe antes que el hijo abra la boca. El fundamento, la atmósfera y la manera de hacer la oración, entonces, es diferente al de una persona que no conoce el amor de Dios.
En el Padre Nuestro, Jesús recoge la última idea y muestra cómo se lleva a cabo. La atmósfera de la oración se crea en invocación fundamental a partir de tres elementos: (a) atreverse a llamar a Dios “Papá”, el trascendente se aprehende en su inmensa cercanía; (b) presentarse ante él no como orante solitario sino como miembro de una familia que sabe decir “nuestro”; (c) percatarse que la paternidad de Dios no es una proyección de las paternidades humanas, sino al contrario, una revelación que viene de lo alto: “que estás en el cielo”.
En el Padre Nuestro la oración básica es la repetición de los pronombres “Tú” y “Nosotros”. La relación se teje en este encuentro: el “Tú” se inserta en “nosotros” y viceversa, generando una mutua pertenencia que no es de sometimiento sino de libre Alianza de amor fecundada por bendiciones.
Lo primero que se acentúa es el “Tú”: lo que se pide ante todo es a Dios mismo; antes que cualquier otra cosa, Él es el bien mayor que necesitamos e imploramos. Esto purifica el corazón de cualquier otro interés secundario en la relación con Dios y para doblegar la existencia entera ante las tres grandes acciones de un Dios que
viene a nuestro encuentro: “Santificado sea tu Nombre”, “venga tu Reino”, “hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”.
Luego se acentúa el “nosotros”: el corazón se abre para recibir las bendiciones cotidianas del amor fundante. Dios viene al encuentro de nuestras necesidades como un papá responsable:
- que trae el pan a su familia: “danos hoy nuestro pan de cada día;
- que vela por la unidad de su familia muchas veces quebrantadas por discordias “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”;
- que sostiene en la debilidad: “No nos dejes caer en tentación”
- que libera: “Mas líbranos del mal”
Cuando el hijo es auténtico refleja el rostro de su Padre, por eso en la oración el hijo se vuelve “padre” para los demás. Esto se nota en la capacidad para perdonar. Pero la disposición para el perdón por parte nuestra es la condición primera para que esto sea posible.
En esta escuela de discipulado lo central es el aprendizaje de la apertura de corazón de un hijo que redescubre fascinado todos los días –como Jesús- el amor de su Padre y se inserta en lo más profundo de ese amor por el abandono en él.
[1] Oñoro F. Vosotros pues, orad así. Lectio Divina Mateo 6, 7-15. CEBIPAL/CELAM