Un gran profeta ha surgido entre nosotros

Tiempo Ordinario

Martes de la XXIV semana

En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de mucha gente.

Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre.

Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: “No llores”. Acercándose al ataúd, lo tocó y los que lo llevaban se detuvieron.

Entonces Jesús dijo: “Joven, yo te lo mando: Levántate”.

Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre. Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”.

La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas. Palabra del Señor.

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Un joven, hijo único de una madre viuda, muere. Para aquella madre es como si la vida se hubiera roto. Cualquier posibilidad de esperanza parece desvanecerse definitivamente. Ya no se puede hacer nada ni por aquel hijo ni por aquella madre, más que enterrar a uno y acompañar a la otra, consolándola por su dolor. 

Jesús, al ver aquel cortejo fúnebre que sale por la puerta de la ciudad de Naín en dirección al cementerio, se conmueve por aquella madre. El evangelista destaca que Jesús «se compadeció de ella». El cortejo, al ver que Jesús se acerca a la madre, se detiene. Jesús le dice que no llore, y luego dice al joven muerto: «Joven, yo te lo mando: Levántate». Jesús le habla como si estuviera vivo. Y aquel joven, que parece oír la voz de Jesús, se levanta y empieza a hablar. 

La palabra del Evangelio siempre es eficaz. Hoy día son muchos los jóvenes que viven como muertos, es decir, sin esperanza por su futuro. Les han robado la esperanza en un mundo mejor. La sociedad muchas veces es madrastra y padrastro con ellos, y terminan solos y desorientados en un mundo sin futuro. Esperan que alguien se pare a su lado y le diga directamente: «Joven, yo te lo mando: Levántate» . El Evangelio nos ayuda a tener esperanza y a trabajar por ellos. 

Los jóvenes necesitan a alguien que se pare a su lado, que les toque como hizo Jesús con aquel joven y que sepa decirles palabras verdaderas, fuertes, firmes y llenas de esperanza. Si las palabras salen de un corazón lleno de conmoción, como el de Jesús, serán escuchadas. De esta compasión fuerte y audaz nacerán también para nosotros las palabras que devuelven la esperanza a los niños y a los jóvenes de hoy.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 350-351.

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