Tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará

Cuaresma

Miércoles de Ceniza

Textos

† Del evangelio según san Mateo (6, 1-6.16-18)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial.

Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa.

Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa.

Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará”. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez

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Mensaje[1]

La Cuaresma, un tiempo cargado de historia, parece vaciarse cada vez más de sentido en un mundo distraído. La Liturgia nos transmite la invitación apasionada de Dios: «Vuélvanse a mí de todo corazón, con ayunos, con lágrimas y llanto». El profeta Joel, preocupado por la insensibilidad del pueblo de Israel, añade: «enluten su corazón y no sus vestidos. Vuélvanse al Señor Dios nuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en clemencia, y se conmueve ante la desgracia.». La Cuaresma es el tiempo oportuno para volver a Dios, y comprender de nuevo el sentido mismo de la vida. El Señor nos espera, y está dispuesto incluso a cambiar su decisión, retractándose del mal con el que amenazaba para salvamos.

La Liturgia sale a nuestro encuentro con el antiguo signo de la ceniza. La ceniza, puesta sobre la cabeza y acompañada de la expresión bíblica «Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás», indica ciertamente penitencia y petición de perdón, pero sobre todo muestra una cosa simple y clara: todos somos polvo, es decir, marcados por la debilidad. El hombre que se yergue y se siente poderoso (y cada uno de nosotros tiene sus propias formas de erguirse y sentirse poderoso), mañana ya no es nada. Todos somos polvo, y la ceniza sobre la cabeza nos lo recuerda. Pero no se nos pone en la cabeza para asustamos, sólo quiere recordarnos que la fragilidad es una dimensión que nos marca profundamente, aunque tratemos continuamente de rehuirla. Hay un sentido liberador en el no tener que fingir siempre ser fuertes, sin mancha ni contradicción. La verdadera fuerza está en ser consciente de la propia debilidad, y en mantener vivo el sentido de humildad y mansedumbre: «Los mansos -afirma Jesús- poseerán en herencia la tierra».

El signo de la ceniza es actual como nunca; es un signo austero, como lo es el tiempo de Cuaresma, que se nos da para ayudamos a vivir mejor y para hacernos comprender lo grande que es el amor de Dios, que ha decidido unirse a gente débil y frágil como nosotros. Y a nosotros nos ha confiado su gran don de la paz para que la vivamos, la custodiemos, la defendamos, la construyamos. En demasiadas partes del mundo se malgasta la paz, mientras crece el sufrimiento de tantos pueblos. Son precisamente el celo y la compasión del Señor los que nos constituyen en «embajadores de Cristo», como escribe Pablo a los Corintios. El Señor ha tomado el polvo que somos para hacernos «embajadores» de paz y de reconciliación.

En este tiempo se nos pide vigilar, para que las conciencias no cedan a la tentación del egoísmo, la mentira y la violencia. El ayuno y la oración nos hacen centinelas atentos y vigilantes para que no venza el sueño de la resignación, que nos hace considerar las guerras como inevitables; para que no nos adormezcamos ante el mal que continúa oprimiendo al mundo; para que sea derrotado el sueño del realismo perezoso que hace replegarse sobre uno mismo. En el Evangelio de este día Jesús mismo exhorta a los discípulos a ayunar y a rezar para despojarnos de toda soberbia y arrogancia, y disponernos con la oración a recibir los dones de Dios. Nuestras fuerzas no bastan por sí solas para alejar el mal; necesitamos invocar la ayuda del Señor, el único capaz de dar a los hombres esa paz que ellos mismos no saben darse.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 99-100.

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