Tu justicia sería como las olas del mar

Viernes de la II semana

Esto dice el Señor, tu redentor, el Dios de Israel: “Yo soy el Señor, tu Dios, el que te instruye en lo que es provechoso, el que te guía por el camino que debes seguir.

¡Ojalá hubieras obedecido mis mandatos! Sería tu paz como un río y tu justicia, como las olas del mar. Tu descendencia sería como la arena y como granos de arena, los frutos de tus entrañas. Nunca tu nombre hubiera sido borrado ni arrancado de mi presencia”. Palabra de Dios.

En aquel tiempo, Jesús dijo: “¿Con qué podré comparar a esta gente? Es semejante a los niños que se sientan en las plazas y se vuelven a sus compañeros para gritarles: ‘Tocamos la flauta y no han bailado; cantamos canciones tristes y no han llorado’.

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En su anuncio, el Segundo Isaías se concentra en la revelación del Señor como Dios de Israel. La acción salvífica que manifiesta la santidad de Dios se realiza en la formación del corazón del pueblo, para que pueda seguir el camino de la alianza y para que logre conocer el designio amoroso, salvador, gratuito de Dios con humanidad, con vistas a su realización creó el mundo.

Esta realidad lleva al profeta a hacer una especie de balance de la historia pasada de la alianza, como tiempo en el que la falta de escucha de la Palabra divina y la transgresión de su ley de vida han arrastrado a Israel lejos de la prosperidad de las promesas incluidas en la alianza. 

Pero ahora Dios da nuevamente su Palabra eficaz para que obedeciéndola produzca efectos profundos y duraderos, llevando a Israel a vivir en la justicia derramada por Dios al pueblo, garantizando el cumplimiento de la promesa hecha a los Padres.

 El evangelista nos trasmite un dicho de Jesús acerca de la incapacidad de sus contemporáneos a aceptar la novedad del Reino.. Son como niños que no entran en el juego, que ni saben lamentarse ni divertirse. La parábola presenta dos grupos de niños en conflicto entre ellos, porque el segundo grupo ha perdido interés en el juego, incluso antes de haberlo comenzado. La doble reacción de los contemporáneos con el Bautista y con Jesús, su mala voluntad manifiesta, les asemeja a los niños caprichosos de la parábola. 

La sabiduría de Dios no se legitima por la aceptación caprichosa ni por el contentillo de quienes reciben el mensaje; Mateo es claro en afirmar: «la sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras» y Jesús es la sabiduría de Dios. El evangelista quiere sacudir las conciencias de quienes reciben su evangelio, disponiéndoles a la escucha para que sepan acoger la “hora desconocida de Dios”. 

Hemos contemplado hasta ahora la disposición de Dios para salir a nuestro encuentro; sin embargo, este voluntad suya poco efecto tiene en nuestra vida si no lo recibimos, escuchando su Palabra. El adviento no pide disposición para acoger y escuchar la Palabra, sin pretextos ni actitudes convenencieras, sino con un gran amor a la verdad; no podemos domesticar la Palabra, por el contrario, debemos dejarla que despliegue en nuestro interior y en toda nuestra vida todo su potencial transformador.


[1] Cfr. G. Zevini – P.G. Cabra, Lectio divina para cada día del año. Vol. 1, 137-139.

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