Tiempo Ordinario

Jueves de la XXIII semana

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman. Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.

Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien, ¿qué tiene de extraordinario? Lo mismo hacen los pecadores. Si prestan solamente cuando esperan cobrar, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores prestan a otros pecadores, con la intención de cobrárselo después.

Ustedes, en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa. Así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos. Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso.

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Continuamos con las lecciones formativas de Jesús en el sermón de la llanura, propio del evangelista san Lucas.

Los destinatarios del discurso son todos los que escuchan a Jesús pero de manera especial los discípulos. Es así como el nuevo pueblo de Dios comienza a ser instruido en los criterios de vida de la Nueva Alianza. 

En el anuncio de las bienaventuranzas Jesús retomó el discurso programático pronunciado en la sinagoga de Nazaret. En él Jesús pronunció cuatro exaltaciones para los que estaban en situación de desventaja: los pobres, los hambrientos, los dolientes y los perseguidos y cuatro advertencias proféticas contra los que creían estar en mejor posición: los ricos, los satisfechos, los que viven en fiesta y los que siempre son felicitados.

El mensaje de Jesús significa salvación para todos ellos. La última de las bienaventuranzas habla de situaciones conflictivas. Ya vimos que Jesús tenía enemigos, pues también los discípulos los tendrán. ¿Cómo vivirán los discípulos de Jesús estas adversidades? Es el tema de la parte siguiente del sermón de la llanura. 

Con el anuncio de las bienaventuranzas, los discípulos han comprendido que en el seguimiento de Jesús han entrado en una nueva esfera de vida. Ellos son diferentes. El centro de todo está en la acción de Dios quien con su señorío –el Reino de Dios- los conduce progresivamente hacia la plenitud de vida, identificándolos con él.

De aquí se desprenden un nuevo proyecto de vida cimentado en los valores del Reino, que no son diferentes de las actitudes de Dios con el hombre, los cuales se contraponen a los valores –muchas veces más atractivos- del mundo. Estos valores se aprenden en el camino con Jesús. 

Si le ponemos un poco de mayor atención al pasaje de hoy, veremos cómo Jesús va delineando lo distintivo del discípulo, que es diferente del no, y que se resume en la frase: “sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso”. Al fin y al cabo la nueva realidad del Reino es la de la filiación y si somos hijos de Dios debemos acreditar el apellido. 

¿Cómo se comporta un “hijo del Altísimo”? Pues como su Padre, quien “es bueno hasta con los malos y los ingratos”.

Y esto no es fácil. El discípulo no es “de palo”, es tremendamente humano y le duelen las agresiones de los otros, es frágil y vulnerable. Puesto que no vive en una burbuja de cristal, sino que tiene que vérselas todos los días con su familia, sus amigos, vecinos y compañeros de trabajo, él tiene que aprender a vivir todas sus relaciones –y las dificultades que éstas conllevan- desde la óptica del Reino.

Lo que caracterizará el comportamiento del discípulo, en el ámbito descrito, es la iniciativa en el amor: un amor que salva, porque como ya vimos “hacer el bien” y “salvar” están al mismo nivel. Para ello se depone el sentimiento de desquite, revirtiendo los sentimientos negativos y las agresiones de los otros en impulsos de amor.

Observemos la fuerza de los siguientes imperativos:  “Amen a sus enemigos”; “hagan el bien a los que los aborrecen” “bendigan a quienes los maldicen«; “oren por quienes los difaman” y nos daremos cuenta de la orientación del corazón de quien se ha apropiado la buena nueva del Reino.

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