Toda sabiduría proviene del Señor y está con él eternamente

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Lunes de la semana VII

Textos

† Lectura del libro del Eclesiástico (Sirácide) (1, 1-10)

Toda sabiduría proviene del Señor y está con él eternamente. ¿Quién puede contar las arenas de la playa, las gotas de la lluvia o los días de los siglos? ¿Quién puede explorar la altura del cielo, la extensión de la tierra y la profundidad de los abismos? Antes que cualquier otra cosa fue creada la sabiduría; y la luz de la inteligencia, desde la eternidad. ¿A quién se le ha revelado la fuente de la sabiduría? ¿Quién ha conocido sus recursos inagotables? Uno solo es sabio, temible en extremo: el que está sentado en su trono, el Señor.

El creó la sabiduría, la contempló y la midió; la ha derramado sobre todas sus obras y sobre todos los hombres, según su generosidad; la ha derrochado entre aquellos que lo aman. Palabra de Dios.

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Mensaje[1]

El libro escrito por Ben Sira (de donde procede el nombre de Sirácide, con el que también se designa al Eclesiástico), es quizá el último, del Antiguo Testamento, en ser redactado. El autor es un escriba sabio que se propone leer la Escritura con inteligencia sapiencial para que ilumine la vida cotidiana, y le pide al creyente que se aplique en la meditación de la Palabra de Dios para poder comprender su sentido en relación con el tiempo en el que vive. 

La convicción de fondo es que el origen de la sabiduría está en Dios. Escribe: «Toda sabiduría viene del Señor, y está con él por siempre». En esto concuerda plenamente con el salmista, que canta: «Tu palabra es antorcha para mis pasos, luz para mi sendero» (Sal 119, 105). A través de todo el libro el autor quiere ayudar al creyente a reconocer a lo largo de todas las Santas Escrituras la sabiduría que habita junto a Dios, para poderla acoger y vivir en consecuencia.

En realidad, la sabiduría –afirma el Sirácida– pertenece esencialmente al Señor: «Uno solo es sabio, temible en extremo: el que está sentado en su trono» (v. 6). Pero el Señor no se la guarda celosamente; al contrario, la da con generosidad a los que lo aman: «Es el Señor quien creó la sabiduría, la vio, la midió y la derramó sobre todas sus obras. Se la concedió a todos los vivientes y a los que le aman se la regaló» (9-10). Según el autor, solo quien se confía a Dios puede vivir con sabiduría. 

El hombre es finito y limitado, no puede contar ni la arena del mar ni las gotas de lluvia, ni tampoco los días ni los siglos. Los creyentes tienen la responsabilidad tanto de acoger el don de la sabiduría como de ponerla en práctica para ayudar a todos a comprender el sentido de la historia y del mundo con la mirada y el pensamiento de Dios. 

La sabiduría que el creyente acoge lo empuja a seguir buscando e indagando. En este tiempo de globalización y de simplificaciones arriesgadas, vuelve a ser actual la exhortación del Concilio Vaticano II, que en la Gaudium et Spes (GS 15) escribía: «Nuestra época, más que ninguna otra, tiene necesidad de esta sabiduría para humanizar todos los nuevos descubrimientos de la humanidad. El destino futuro del mundo corre peligro si no forman hombres más instruidos en esta sabiduría».


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 111-112.

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