Te pido por ellos…

Pascua

Martes VII de Pascua

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: “Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo también te glorifique, y por el poder que le diste sobre toda la humanidad, dé la vida eterna a cuantos le has confiado. La vida eterna consiste en que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado.

Ya te he glorificado sobre la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. Ahora, Padre, glorifícame en ti con la gloria que tenía, antes de que el mundo existiera.

He manifestado tu nombre a los hombres que tú tomaste del mundo y me diste. Eran tuyos y tú me los diste. Ellos han cumplido tu palabra y ahora conocen que todo lo que me has dado viene de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste; ellos las han recibido y ahora reconocen que yo salí de ti y creen que tú me has enviado.

Te pido por ellos; no te pido por el mundo, sino por éstos, que tú me diste, porque son tuyos.

Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío. Yo he sido glorificado en ellos. Ya no estaré más en el mundo, pues voy a ti; pero ellos se quedan en el mundo”. Palabra del Señor.

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Comenzamos a leer la oración sacerdotal de Jesús, parte culminante del discurso de despedida.

Con sus discursos de despedida Jesús fue preparando poco a poco a sus discípulos para que entendieran y para que afrontaran la separación. Su muerte y su resurrección marcaban un giro profundo en la manera de vivir las relaciones con él; el discipulado ya no es estar junto con él sino vivir en él, como bien lo enfatiza en su discurso: «Yo en ustedes y ustedes en mi».

Todo lo que Jesús le ha enseñado a sus discípulos en el ámbito de la última cena y luego a lo largo del trayecto hacia el Huerto de los Olivos, ha sido una expresión de su amor, de su real interés por la vida pascual de sus discípulos. 

Jesús ha expresado su más profundo deseo: quiere que, superando la tristeza y la turbación interior, vivan el gozo de la pascua que nada en el mundo les podrá quitar. Jesús quiere que sigan por el camino recto, por las rutas de la historia, y lleguen hacia la meta que es la perfecta unión con Dios Padre y con él, en el vínculo de amor del Espíritu Santo 

La «oración sacerdotal», hace de puente entre el discurso de la cena y su agonía en las sombras del Huerto, es una oración tan extensa cuanto intensa, cargada de profundas emociones. Es una oración en la que no sólo se abren los brazos sino el corazón y en la que la mirada abarca no sólo a los discípulos ahí presentes sino que atraviesa todos los siglos de la historia, abrazando a todos que escuchan y viven su Palabra en cualquier lugar y en cualquier tiempo. 

Contemplemos el rostro de Jesús en esa noche. El texto no nos lo describe, pero tenemos elementos para reconstruir su actitud en este pasaje. 

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