Pascua
Viernes de la II Semana
Textos
† Del evangelio según san Juan (6, 16-21)
Al atardecer del día de la multiplicación de los panes, los discípulos de Jesús bajaron al lago, se embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafarnaúm.
Ya había caído la noche y Jesús todavía no los había alcanzado. Soplaba un viento fuerte y las aguas del lago se iban encrespando.
Cuando habían avanzado unos cinco o seis kilómetros, vieron a Jesús caminando sobre las aguas, acercándose a la barca, y se asustaron.
Pero él les dijo: “Soy yo, no tengan miedo”.
Ellos quisieron recogerlo a bordo y rápidamente la barca tocó tierra en el lugar a donde se dirigían. Palabra del Señor.
Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez
Mensaje[1]
En las tempestades de la vida es fácil estar asustados y tener dudas. El sufrimiento nos desconcierta, los desastres naturales nos dejan sin palabras, igual que a veces el abismo del mal, que parece adueñarse de los hombres y las mujeres, nos asusta y nos hace tener dudas y poca esperanza en nuestro futuro y en el del mundo.
En realidad, Jesús no está lejos de nosotros, incluso en los momentos de oscuridad; tampoco está lejos del mundo incluso en los momentos más dramáticos. Jesús sigue caminando aún hoy entre las aguas tempestuosas de la vida de los hombres y se abre camino entre las oleadas y las dudas que nos asaltan, y que hacen nuestra vida triste y difícil. Más bien somos nosotros los que nos olvidamos de él, o peor, los que le rehuimos, como les sucede a los apóstoles aquella tarde.
El evangelista escribe que ellos «vieron a Jesús caminando sobre las aguas, acercándose a la barca, y se asustaron». ¡También nosotros a menudo, en vez de dejarnos consolar y confortar por el Evangelio y los hermanos preferimos permanecer con nuestro miedo! Por lo demás, el miedo es un sentimiento tan natural y espontáneo que nos parece «nuestro» más que la cercanía del Señor. Pero otra cosa es verdadera: el amor de Jesús por nosotros es más firme que nuestro miedo.
Aunque prefiramos permanecer aferrados a la barca de nuestras seguridades ilusorias, creyendo orgullosamente que solos podemos lograr dominar todos los huracanes de la vida. Jesús se acerca a los discípulos y les dice: «Soy yo, no tengan miedo». Son las palabras buenas que Jesús sigue repitiendo aún hoy a sus discípulos cada vez que se anuncia el Evangelio; y si lo acogemos, como hicieron los discípulos aquella vez, Jesús trae siempre la calma. La seguridad del discípulo no se basa en su fuerza ni en su experiencia, sino en fiarse del Señor. Es el Señor quien viene en nuestra ayuda, quien sube a nuestra barca y nos conduce hasta el puerto seguro.
[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 175-176.