Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo

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Tiempo Ordinario

Domingo de la XXXIV semana

Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

Textos

† Del evangelio según san Lucas (23, 35-43)

Cuando Jesús estaba ya crucificado, las autoridades le hacían muecas, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido”.

También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: “Este es el rey de los judíos”.

Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros”.

Pero el otro le reclamaba, indignado: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho”. Y le decía a Jesús: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Jesús le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez

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Mensaje[1]

La solemnidad de Jesucristo Rey del Universo corona el año litúrgico. El año que concluye fuimos conducidos por san Lucas que nos presentó en su evangelio a Jesús de Nazaret, desde el pesebre hasta el Calvario como manifestación perfecta de la bondad y de la misericordia de Dios.

En la hora de la Cruz, Jesús no se desmiente; en esa hora, el «amigo de publicanos y pecadores» sigue fiel a su proyecto de manifestar la misericordia de Dios acogiendo incluso al criminal que comparte su cruel destino, dando así a sus discípulos de ayer y de hoy la última lección.

El Contexto

En la escena de la pasión que contemplamos, Jesús aparece expuesto para ser visto por una gran multitud. Esta flanqueado por dos criminales que hacen recordar de inmediato la profecía de Isaías: «ha sido contado entre los malhechores» (Is 53, 13). Estos delincuentes eran probablemente fanáticos sediciosos del partido de los zelotas, que eran adversarios políticos del imperio romano. Nos hemos acostumbrado a verlos como ‘ladrones’, quizá, más que eso, eran delincuentes de alta peligrosidad.

Aunque el texto litúrgico no lo incluye, no pasemos por alto que Lucas presenta al pueblo, con una actitud respetuosa y curiosa, como testigo de los últimos momentos del crucificado. No sucede lo mismo con tres grupos representativos que provocan a Jesús: las autoridades, los soldados romanos y uno de los malhechores ajusticiados junto a él.

Lucas, desde el inicio del evangelio, presentó a Jesús como salvador, heredero del trono de David su padre. Ahora, en las últimas páginas, el evangelista evoca esta cualidad del Señor y los títulos de Mesías y Rey se alternan en las palabras que le dirigen sus últimos interlocutores que lo interpelan con gritos diciéndole: «¡sálvate a ti mismo!» apelando a su identidad de Mesías y Rey.

Con estas interpelaciones los interlocutores del Crucificado intentan poner a prueba su predicación sobre la salvación pronta del hombre sufriente. Mientras esto sucede, el pueblo contempla la escena que quienes leemos hoy el evangelio somos invitados a contemplar siguiendo paso a paso las afrentas de las autoridades, de los soldados y del criminal; la réplica del otro criminal a su compañero y el diálogo de uno de los criminales con Jesús.

Tres afrentas

La primera. Leemos: «las autoridades le hacían muecas, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido.» Los primeros en ridiculizar a Jesús son las autoridades judías que piden a Jesús que muestre su poder. A lo largo del evangelio se fue narrando cómo efectivamente Jesús era el salvador que se ponía misericordiosamente del lado de los débiles, que se hacía presente en situaciones de peligro mortal, que salía al encuento de toda necesidad humana para «buscar y salvar lo que estaba perdido». Ahora que se encuentra en el patíbulo, cuando es él quien pasa extrema necesidad surge la pregunta ¿Este es el Mesías enviado por Dios para garantizar la salvación plena de todo hombre? ¿De qué sirve un Mesías que no puede salvarse a sí mismo de la muerte?

Más allá de las burlas, de las muecas e improperios de las autoridades, en la Cruz se está anunciando una verdad: Jesús es verdaderamente el «Elegido» de Dios; su misión se realiza por el camino del sufrimiento, tal y como lo había profetizado Isaías en los cánticos del siervo sufriente. La expectativa de que Dios venga a rescatar a su Mesías del sufrimiento y de la muerte, se cumplirá de una manera distinta a la que los judíos esperaban.

La segunda. Leemos: «También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”.» La soldadesca también se burla de Jesús, lo hace con gestos y palabras. El motivo de la burla es la inscrpción que, sobre su cabeza, lo declara ‘rey’. Le «ofrecían vinagre»; se trata de una bebida energizante que utilizaban los soldados cuando hacían grandes esfuerzos físicos o que se administraba a personas con debilidad física para darles vigor. Lo que es un aparente gesto de caridad es en realidad una cruel manera de prolongar la agonía y el sufrimiento. Irónicamente se presenta el rey, idealmente sano y fuerte, como un pobre hombre débil, incapaz de ponerse al frente de un ejército, por ello los soldados se mofan de él; su poder ante el mundo está desacreditado. Sin embargo, el evangelio presenta el reinado de Jesús de un orden distinto al político; más aún, la debilidad humana se presenta como lugar de salvación.

La tercera. Leemos en nuestro texto: «Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros”.» Ahora es uno de los criminales quien insulta a Jesús. Se trata de un delincuente que comparte su destino y que en su desesperación descarga su agresividad contra Jesús. Aparece nuevamente el tema de la salvación, además de increparlo diciendo «que se salve a si mismo», se amplía el radio exigiendo «sálvanos a nosotros». Parecería que este criminal está dispuesto a reconocer a Jesús como Mesías si hiciera algo por si mismo y por su compañeros de tormento; su interpelación es amarga, pues no logra comprender por qué Jesús no hace nada en este momento y su grito más que súplica aparece como insulto.

La interpelación de las autoridades, de los soldados y del criminal ponen en tela de juicio toda la obra anterior de Jesús; la Cruz parece desmentir su pretensión mesiánica. Una persona crucificada, agonizante, ¿cómo puede ayudar a los otros?

La réplica del otro criminal

Las palabras del otro criminal dan un giro a la escena y ayudan a comprender el ‘reinado’ de Jesús. En primer lugar se dirige a su compañero corrigiéndolo en su equivocada apreciación y en segundo lugar se dirige a Jesús en una implícita confesión de fe que da paso al pronunciamiento final del Maestro.

Leemos: «Pero el otro le reclamaba, indignado: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio?» Con estas palabras el segundo criminal, al que tradicionalmente se le refiere como ‘el buen ladrón’, reprende a su compañero con una pregunta, haciendo una afirmación sobre ellos y sobre Jesús, mostrando el gran contraste que hay en la situación que viven ellos y la que vive el Señor.

Este segundo criminal interpreta los insultos de su compañero como falta de temor de Dios: «ni siquiera temes tú…»; burlarse del crucificado en su situación humillante es ‘no temer a Dios’, es decir, ignorar su juicio; lo que el criminal debería estar haciendo al encontrarse en la antesala de la muerte es precisamente confrontarse con el juicio de Dios, pues ante la muerte se debería estar pidiendo a Dios perdón por los pecados y no insultándolo.

Además de reprender al compañero haciéndole notar su falta de temor de Dios, el segundo criminal reflexiona sobre si mismo y sobre Jesús. Leemos: «Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho”.» Con estas palabras, el segundo criminal reconoce que él y su compañero están sufriendo un castigo justo y con ello abre las puertas a la reconciliación pues aceptar el castigo es una expresión de penitencia.

Se hace notar la antítesis respecto a Jesús: «Pero éste ningún mal ha hecho» Estas palabras recuerdan el juicio que había hecho la autoridad romana: «nada ha hecho que merezca la muerte» y en el mismo sentido se expresará el centurión romano a la hora de la muerte de Jesús: «ciertamente este hombre era justo». El compañero de sufrimiento ofrece así un testimonio público de la inocencia de Jesús.

El diálogo con Jesús

Leemos: «Y le decía a Jesús: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Jesús le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.» Se distinguen dos partes: la súplica a Jesús y la respuesta de Jesús.

La súplica a Jesús. El criminal vuelve su mirada hacia Jesús y se dirige a él en tono orante, manifestando su esperanza de ser aceptado por Dios. No le pide a Jesús que lo libere de la muerte sino que lo admita en su Reino que se manifestará en su ‘venida’ gloriosa. Con pocas palabras, este hombre señala el sentido del reinado de Jesús; también él ha visto el letrero encima de la Cruz que lo presenta como Rey pero lo ha interpetado de otra manera.

Este segundo criminal invoca a Jesús de manera distinta a como lo habán hecho los anteriores interlocutores, le habla directamente, le dice «Señor» y le pide que no lo olvide, que lo tenga en su corazón, que se acuerde de él; su mirada está puesta en el triunfo final de Jesús: «cuando llegues a tu Reino», que equivale a decir: cuando vengas como Rey, esto es, en la plenitud de los tiempos, cuando se manifieste plenamente el poder de Dios. Este criminal confiesa su fe: Jesús es el Mesías.

De esta manera, el llamado ‘buen ladrón’ se presenta como modelo de discípulo: reconoce sus pecados, testimonia la inocencia del crucificado y está dispuesto a entrar en ese camino que pasando por la muerte culmina en el paraíso; este hombre capta, mejor que ningún otro en el relato, quién es Jesús.

La respuesta de Jesús. La respuesta de Jesús pone punto final a toda la obra de misericordia que se ha descrito a lo largo del evangelio. El Maestro comienza su última lección dando certeza a su discípulo: «yo te aseguro» y esta certeza es sobre el ‘hoy’ de la salvación.

El ‘hoy de la salvación’ es precisamente uno de los temas de Lucas, que en distintas escenas se refirió a la actualidad de la obra de Dios: «hoy ha nacido un salvador» (Lc 2,1); «hoy se ha cumplido esta Escritura» (Lc 4, 21); «Hoy hemos visto cosas maravillosas» (Lc 5,26»; «Hoy la salvación ha llegado a esta casa» (Lc 19,9).

El ‘buen ladrón’ espera la salvación para el futuro, sin embargo, Jesús hace notar que, si bien su reinado se consumará con su exaltación y en la parusía, con su muerte en la Cruz entra en posesión de su señorío real en el cielo por lo que, así como acogió a los pecadores, ahora acoge a ese criminal que ha admitido su culpa y ha suplicado la aceptación de Dios. El don de la vida del Crucificado es también para este pecador el hoy de la salvación. La muerte de Jesús abre una posibilidad de conversión incluso en el último instante.

El término «paraíso» indica el cielo, la comunión definitiva con Dios. Es una palabra que proviene de la lengua persa, su significado original es ‘jardín’. Jesús indica que el lugar de encuentro con su nuevo discípulo no será el lugar de la muerte, sino el de la vida plena que Él mismo nos alcanza con la victoria pascual, es una promesa de perdón para el malhechor agonizante. Así, se presenta una nueva comprensión de la muerte: ésta conduce hasta la presencia de Jesús, hasta la comunión con el Dios de la vida en el cielo.

Conclusión.

En medio de los dolorosos acontecimientos de la pasión, sólo un criminal proclama su fe en el Mesías Salvador. El poder del reinado de Jesús se manifiesta como salvación de todas las personas, particularmente de los pecadores que se vuelven a Él con fe. El segundo criminal captó de qué manera Jesús reina en la Cruz y se deja salvar por Él.

No perdamos de vista la fe del malhechor convertido en la circunstancia más adversa. El criminal sentenciado se transforma en catequista pues se esfuerza por que su compañero caiga en la cuenta ante quién se encuentran. De discípulo pasa a ser apóstol que testimonia desde lo alto de la Cruz que Jesús es el modelo hacia el cual todo el mundo debe mirar; invita a la humanidad entera a comprender el misterio del Crucificado que revela que Él es el rey misericordioso que se ocupa de nuestras vidas. Lo más grave que puede pasar a una persona no es ser condenada al sufrimiento y a la muerte, sino excluirse del Reino. Nuestra cita con Dios no es la morada de los muertos sino el Reino de la vida y de los vivos que comenzó a brillar en la Cruz.

[1] F. Oñoro, El Diálogo con el Rey de Misericordia. Una cita en el reino de la vida y de los vivos. Lucas 23, 35-43. CEBIPAL/CELAM.

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