“… Si quieres… puedes sanarme” (Mc 1,40-45)

VI Domingo del tiempo ordinario – Ciclo B

El Domingo VI del tiempo ordinario, en el ciclo B, la Palabra de Dios que se proclama en la Misa nos invita en voz de San Pablo a ser, como lo es él, imitadores de Cristo. Para imitar al Señor es necesario contemplar detenidamente los gestos y las palabras con las que el evangelista describe su anuncio del Reino.

En el relato evangélico nos encontramos con un leproso que de forma imprudente se acerca a Jesús. El relato, lleno de emociones,  nos lleva poco a poco al momento cumbre que presenta al que era marginado por su enfermedad convocando, con el testimonio de su curación, a participar del acontecimiento del Reino..

La lepra en tiempos de Jesús

Para una mejor comprensión del evangelio, detengámonos brevemente a considerar el significado de la enfermedad de la lepra en tiempos de Jesús.

En aquél tiempo toda enfermedad de la piel, que no tuviera explicación o cura era considerada lepra. Era uno de los peores males que podía ocurrirle a una persona, que considerada como un muerto viviente era triplemente marginada: de Dios, de su comunidad y de si mismo.

El leproso padecía, según la mentalidad popular, un castigo divino; era  considerado “impuro” o sea, lejos de la comunión con Dios, como lo señala la normativa del libro del Levítico. Por esta razón era apartado de su comunidad, debía mantenerse lejos de la gente; por su enfermedad perdía familia, amigos y conocidos; se le tenía asco y cuando se aproximaba a un lugar poblado tenía que advertir su presencia con una campana y advertir que estaba contaminado.

La autoestima de un leproso se encontraba en su nivel más bajo, pues además de verse como olvidado de Dios y aislado de los suyos, soportaba no sólo grandes dolores sino el deterioro de su integridad física, de su belleza; sentía su mal olor y no podía hacer nada; no sólo los cercanos sentían repugnancia de él, sino también él de sí mismo. Su dolor no podía ser mayor.

Este hombre al acercarse a Jesús rompe las reglas sociales y religiosas. También Jesús al tocarlo, toma distancia de la ley, que prohibía tener contacto físico con una persona impura so pena de quedar contaminado con la misma impureza.

«…Suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: Si quieres, puedes sanarme»

El evangelista describe la súplica del leproso, con los gestos y palabras de un orante: de rodillas,  apelando a la voluntad y reconociendo la capacidad de Jesús. El leproso suplicante se presenta convencido que es suficiente que Jesús quiera para que suceda lo que a ojos de todos es imposible: la curación de un mal terrible, considerado la antesala de la muerte. De fondo aparece la certeza bíblica que permea el evangelio: «todo es posible para Dios» (Mc 10,27)

«Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio»»

La curación se describe de la misma manera en la que se hizo la súplica, con gestos y con palabras.  Jesús se implica, se emociona, compadeciéndose, se mueve por el impulso interior de quien ha hecho suya la difícil situación de su hermano. No ve de lejos la miseria del leproso, se identifica con ella y la asume.

Esto se hace palpable con el gesto. «Extendió la mano… le tocó».  La compasión lleva a la acción, se exterioriza en la mano que se extiende hasta alcanzar el contacto físico con el hombre llagado y marginado. Hay aquí un gesto de valoración y de acogida del hombre rechazado. Se toca a quien se ama. Tocando al leproso Jesús lo incluye en su universo de relaciones.

La palabra verbaliza lo expresado con el gesto «Quiero, queda limpio» Jesús afirma su voluntad, delante de quien le reconoció la capacidad de hacer posible lo imposible. Jesús confirma la idea que el enfermo tiene de él: ¡actúa con el poder de Dios!, «Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio»

 «No lo digas nada a nadie… preséntate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio»

Jesús recomienda al hombre que ha curado guardar secreto de lo sucedido. Quiere evitar la publicidad que lo expone a la manipulación de quienes, con una idea confundida del Mesías, lo buscan por su poder, sin interés alguno en su misión ni en la verdad del Reino.

También le pide al que era leproso proceder conforme a lo prescrito por la ley de Moisés «para que les sirva de testimonio»; para demostrar y anunciar el Reino de Dios que está aconteciendo. De esta manera se atribuye la curación del leproso a la obra de Dios; se le reintegra a su comunidad de vida y de culto, a la asamblea del Pueblo de Dios, con todos sus derechos y deberes.

«Pero él… se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia»

 El hombre sanado desobedece la orden de Jesús: «Divulga la noticia». El mandato dado «severamente» no consigue reprimir el «entusiasmo» de esta persona. Ahora el marginado es Jesús, que debe quedarse fuera de los poblados, «en lugares solitarios».  Ahora es él quien está en la situación del hombre impuro afrontando así el doloroso costo del servicio

«…Acudían a él de todas partes.»

La evangelización del que era leproso es eficaz, es testimonial y consigue atraer mucha gente hacia la persona de Jesús; «acudían a él de todas partes».  El progresivo reconocimiento de Jesús por parte del pueblo, en este primer capítulo del Evangelio, llega a su punto culminante. La fama de Jesús se difunde y continúa creciendo la confianza en Él. Esto es lo que logra el primer misionero del Evangelio.

Para reflexionar

VIVIR Y CONVIVIR SIN PREJUICIOS. La Palabra este Domingo ilumina la realidad dolorosa de la estigmatización de personas y grupos. Los discípulos de Jesús aprendemos del Maestro a ubicarnos con actitud definida en una sociedad puritana y de doble moral que fácilmente estigmatiza y condena. Jesús permite que se le acerquen y se acerca, no excluye se compadece; no rehúye, toca; no calcula, se compromete.

RECONOCIMIENTO Y GRATITUD. Reconozcamos y agradezcamos a Dios el testimonio de los hermanos y hermanas que con abnegación acompañan a quienes son portadores de VIH o están enfermos de sida; de quienes se la juegan acompañando la rehabilitación de toxico-dependientes; de quienes se comprometen en llevar esperanza a los encarcelados, de quienes llevan amor del bueno a quienes se dedican a la prostitución y de… muchos más, que de manera silenciosa, imitando a Jesús se esfuerzan por integrar a quienes la sociedad excluye.

ACTUAR CON LIBERTAD INTERIOR. La Palabra de este Domingo nos pide revisar nuestra libertad interior, para hacer el bien y decir la verdad de manera oportuna. Contemplamos a Jesús como hombre de frontera, no sólo porque inicia su ministerio en la frontera de su nación, sino porque sabe ubicarse en el límite de la ley e ir más allá cuando de hacer el bien se trata. Que los prejuicios y los díceres de la gente no nos impidan acercar el amor de Dios a quienes más lo necesitan. Con el auxilio de la gracia despojémonos del miedo de que nos confundan o piensen mal de nosotros. Como Jesús, juguémonos la vida con quienes nos necesitan.

AUTENTICIDAD EN LA ORACION. A la luz de la Palabra revisemos nuestra oración. El hombre enfermo de lepra se presenta como un verdadero orante que con gesto suplicante y palabra convencida se acerca a Jesús y postrándose le hace saber que reconoce en Él la manifestación de Dios para quien no hay nada imposible, acogiéndose confiado a su voluntad. Despojemos nuestra oración de la jactancia y la presunción de quien cree merecerlo todo; que ponernos de rodillas para orar no sea una costumbre sino un gesto de auténtica humildad y de reconocimiento de que sólo ante Jesús toda rodilla se dobla.

TOCAR. Iluminados por el testimonio de Jesús veamos cómo es nuestro trato con las personas. A Jesús la gente lo llamaba «maestro» pero Él, por encima de todo rol, dejaba que se le acercaran y se acercaba como hermano. No permitamos que los roles nos asfixien y nos alejen de las personas; hagámonos cercanos, tocando, dando afecto, incluyendo en nuestro mundo a las personas que nos salen al encuentro. Hagamos que nuestras relaciones con las personas sean saludables, capaces de sanar las heridas que la soledad, la indiferencia y el prejuicio van dejando en quienes nos rodean.

ENTUSIASMO MISIONERO. Pongámonos en el lugar del hombre curado que con entusiasmo llevó a todos la noticia de lo que Dios había realizado en su vida. Dios ha hecho cosas grandes en nuestra vida, nos ha sanado, nos ha devuelto la vida, nos ha integrado en la familia de sus discípulos, nos ha hecho recuperar el sentido de la vida. Que reconocerlo nos devuelva el entusiasmo misionero para anunciar y llevar a todos la cercanía del amor misericordioso de Dios.

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