Cuaresma
Jueves después de Ceniza
Textos
† Del evangelio según san Lucas (9, 22-25)
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”.
Luego, dirigiéndose a la multitud, les dijo: “Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga.
Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará.
En efecto, ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si se pierde a sí mismo o se destruye?” Palabra del Señor.
Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez
Mensaje
Al iniciar la cuaresma Jesús nos invitó a entrar en nuestro corazón para rectificar las motivaciones e intenciones de nuestras buenas obras y orientarnos decididamente al Padre que está en lo secreto. Pero, ¿cuál es el camino que hay que recorrer? El evangelio de hoy nos da tres indicaciones.
Primera. Caminar al ritmo de la Cruz. El evangelista presenta tres anuncios de la pasión; hoy escuchamos el primero: Jesús introduce a los discípulos en el misterio de su muerte.
Segunda. Poner la mirada en el crucificado. Para Jesús su sufrimiento y su muerte eran cumplimiento de la voluntad del Padre. Jesús muere en la cruz por nosotros porque nos ama y ama al Padre que nos quiere salvar. Jesús por amor se pierde a sí mismo para salvarnos.
El camino de discipulado exige, desde el contacto con las propias cruces, comprender el misterio de la cruz. Muchas veces frente a la Cruz se siente resistencia, repugnancia; pero este es el camino de la redención y de la vida.
Tercera. Tomar la propia cruz y seguir a Jesús. En la cuaresma aprendemos una nueva visión de la vida. Después de habernos revelado su identidad de Mesías crucificado, nos revela ahora nuestra identidad de discípulos. Cuando la identidad de discípulo es bien asumida, la experiencia de la Cruz no es destructiva sino generadora; la Cruz de cada día es experiencia pascual.
Para asumir la cruz de cada día es necesaria la negación de uno mismo; ésta, no es la mortificación de nuestras energías vitales o la negación de los dones que hemos recibido; negarse a uno mismo es dejar de considerarnos a nosotros mismos como el centro y el valor supremo de todo; es salir continuamente de sí para donar la vida y vivir en función de los demás, es realizar la propia vida donándola, gastándola y desgastándola por los otros.
El amor desordenado a uno mismo lleva a perder la paz e incluso la vida. Por el contrario, el que la gasta para hacer el bien a los demás y para construir un mundo mejor, se gana a sí mismo y también a los demás para la vida.
Que en esta cuaresma, aprendamos a cargar, en la paz y en la esperanza, la cruz e cada día, sin perderlo de vista a Él, nuestro Señor y Maestro, dándole sentido a nuestros sufrimientos desde la comunión con su Cruz. No caminamos en un desierto árido, donde el sacrificio es absurdo, sino un en una ruta pascual en la que, dándole la cara al dolor, participamos con Cristo del triunfo de la Vida.