V Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B
“… se acercó y tomándola de la mano, la levantó.” (Mc 1,29-39)
Este Domingo contemplamos tres escenas que articulan una jornada ordinaria de Jesús, que con toda naturalidad, a los cercanos y a los lejanos, basta que tengan el corazón dispuesto, les acerca el amor misericordioso de Dios y con ello al mismo tiempo que se deja conocer como Hijo de Dios, enseña cuáles tendrían que ser las actitudes espontáneas de sus discípulos, llamados a identificarse con Él.
Una premisa: el sufrimiento del inocente
Para ubicar el mensaje del texto evangélico es oportuna una premisa que nos es dada por la primera lectura de este domingo que no al acaso esta tomada del libro de Job, considerado una perla de la literatura israelita y de la literatura universal, tanto por el vigor de sus recursos literarios como por la fuerza de los problemas que aborda de una forma valiente y audaz.
La pregunta de fondo a la que responde el libro sapiencial se podría plantear en estor términos: ¿Es siempre el dolor consecuencia del pecado del hombre? ¿Qué decir entonces del sufrimiento del inocente?
Para los amigos de Job sólo hay una respuesta en base a la fórmula tradicional según la cual hay una ecuación exacta entre la situación del hombre en esta vida y su conducta frente a Dios. A esta lógica Job se rebela con audacia. El sabe que su conducta es intachable, pero se ha visto alcanzado por la desgracia y la enfermedad; piensa que Dios lo ha abandonado y lo tritura con el dolor; no espera de sus amigos teorías sobre el sufrimiento, pide que se pongan en su lugar, que le comprendan, que le escuchen, que se hagan cargo realmente de su situación.
Jesús en el evangelio se presenta para todos como verdadero amigo de la humanidad. Se acerca, con auténtica compasión y sin ningún reproche, al sufrimiento de los inocentes y lo alivia; se hace cargo de su situación, con gestos y actitudes concretas, sacando de su ensimismamiento a quienes yacen postrados, por el dolor o por la fuerza del maligno y les hace saber y sentir, contra el pensamiento común, que Dios está con ellos, que los ama con amor entrañable y quiere para ellos una vida nueva.
Otra premisa: «dentro» y «fuera» de la casa
Las escenas evangélica se desarrollan «dentro» y «fuera» de la casa de Simón y Andrés. La indicación del lugar es relevante, pues el evangelista Marcos utilizará estas locuciones preposicionales para referirse a quienes pertenecen o no a la comunidad de discípulos. El evangelista ayuda a los primeros a responderse a la pregunta ¿En qué consiste ser discípulo de Jesús? Mientras que a los segundos, los lleva de la mano para que descubran quién es Jesús.
Dentro y fuera de la casa de Simón, Jesús se encuentra con el drama humano del sufrimiento inocente, representado en la enfermedad y en los estragos que el maligno enemigo hace en las vidas humanas donde se instala. Sin embargo, lo que sucede dentro y fuera, no es lo mismo. Detengámonos a conseiderarlo.
Primera escena. Dentro de la casa: la curación de la suegra de Simón
Dentro de la casa Jesús cura a la suegra de Simón. En la escena hay gestos, ninguna palabra y en ellos se plantea un itinerario pedagógico para los discípulos llamados a hacer lo mismo que él hizo: “… se acercó y tomándola de la mano, la levantó.” Conocida la necesidad por mediación de los discípulos, toma la iniciativa y se hace cercano; por encima de la ley, que impide el contacto físico con el enfermo, toca a la mujer postrada y la levanta. Los que están dentro, los que ya hacen camino con él, deben aprender la lección: estar atentos a las necesidades de los hermanos, hacerse cargo de ellas por encima de cualquier prejuicio hasta incorporar al que por su situación física o moral va quedando relegado.
La escena concluye indicando que la mujer sanada, desaparecida la fiebre “… se puso a servirles” y con ello otra enseñanza: todo don conlleva un compromiso. La salud del discípulo se calibra en el servicio. El discípulo que vive ensimismado, atrapado en sus propios dilemas, postrado en sus angustias y enfermedades, que pierde el gusto por la vida y que es incapaz de salir de si mismo para percatarse de las necesidades de los demás y asistirlos, está enfermo; es tarea de la comunidad acercarle a Jesús, para que lo sane y para que recupere el talante natural del discípulo que es el servicio.
Segunda escena. Fuera de la casa: curó a muchos
Algo diferente ocurre fuera de la casa. Dice el evangelio que “… curo a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios”. ¿Por qué a muchos y no a todos? Nos encontramos aquí con un tema especial del evangelio de Marcos, que insiste en que no es suficiente con querer beneficiarse de Dios y que es indispensable estar dispuestos para responder desde la fe.
Esto nos ayuda a distinguir la diferencia entre religiosidad y vida de fe; podemos encontrar en el camino personas sumamente religiosas que no se cansan de presentar sus necesidades a Dios pero que no están dispuestas a darle un lugar en sus vidas con la respuesta de la fe. Parece ser que Dios no actúa sus maravillas en quienes son amantes del beneficio y enemigos del compromiso
Tercera escena: Oración, tentación, decisión
En la tercera escena contemplamos a Jesús que «de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario; y allí se puso a hacer oración» Jesús es modelo para nosotros. Encuentra tiempo para orar en cualquier circunstancia. La oración es una necesidad del corazón. Jesús quiere estar en contacto con el Padre; por eso busca la soledad siempre que le sea posible, para invocarle, para dialogar con él, para vivir de este modo su vida filial.
Y en este gesto tan sencillo está la clave. Pareciera sencillo querer imitar a Jesús saliendo al encuentro del sufrimiento del inocente. No hay persona ni psicología que lo resista. Estar en contacto con el sufrimiento es devastador y más cuando se hace en nombre propio porque no hay palabra ni gesto que alcance a expresar o hacer sentir el consuelo. En cambio cuando se hace en nombre de Dios, porque en la oración se ha descubierto y apropiado su voluntad de hacer sentir su amor a los que sufren, entonces los gestos y las palabras cobran vida y adquieren una carga simbólica capaz de acercar la ternura de Dios.
Los discípulos, que todavía no acaban de identificarse con Jesús, se dejan entusiasmar por el aparente éxito inicial. «Simón y sus compañeros fueron en su busca. Al encontrarlo le dijeron: Todos te buscan»
Cuando se trata del anuncio del Evangelio, el halago y el aplauso fácil comprometen su eficacia. El discípulo fácilmente puede caer en la trampa de cerrarse a un pequeño grupo, que lo busca porque tiene interés en conseguir lo que desea. El evangelizador debe ser cuidadoso y estar atento medio de un mundo que sólo quiere oír lo que le agrada y esto es posible cuando se tiene la firme decisión de permanecer en las propias convicciones.
Esto fue lo que hizo Jesús que replicó a sus discípulos diciendo: «Vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para predicar también allí, pues para eso he venido.» Tremenda lección para el discípulo que corre el riesgo de ir, fascinado por el éxito, al encuentro de quienes los buscan, olvidándose de quienes lo necesitan. La certeza de su identidad de Hijo y la firme decisión de permanecer en la misión le hace a Jesús tener como criterio orientador de su acción acercar el amor de Dios al sufrimiento de los inocentes.
Una conclusión: ¡Ay de mi si no evangelizo!
La misión evangelizadora es una fuerza incontenible. El Evangelio contiene en sí mismo una fuerza impulsora irresistible para quienes se abren a él y asumen la tarea de anunciarlo. El verdadero discípulo se distingue del que no lo es, en que no considera su vocación como fruto de su esfuerzo, sino que acepta la vocación que procede de Dios y comprende muy bien que evangelizar no es un oficio que se elige, sino la imperiosa necesidad de quien ha visto su vida transformada por el Evangelio y que sabe que la paga por el trabajo es precisamente dar a conocer la Buena Nueva, anunciándola de balde, sin reclamar derecho alguno.
Este domingo se nos invita a acercarnos al sufrimiento de tantos inocentes que hay por el mundo; no con teorías complicadas sobre el sufrimiento sino con compasión, es decir, entrando realmente en el sufrimiento del otro, guardando un silencio profundamente respetuoso ante su situación desgarradora, asumiendo en la medida de lo posible su tragedia, con la certeza de que a la raíz de esta compasión no está el propio esfuerzo sino la fortaleza que viene de Dios cuya compasión llegó al extremo de enviarnos a su propio Hijo para asumir y liberar a la humanidad del poder deshumanizador del sufrimiento.
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