Salúdense los unos a los otros con el saludo de paz

Tiempo ordinario

Sábado de la XXXI semana

Hermanos: Saluden a Prisca y a Aquila, colaboradores míos en el servicio de Cristo Jesús, que por salvar mi vida arriesgaron la suya. A ellos no sólo yo, sino también todas las comunidades cristianas del mundo pagano les debemos gratitud. Saluden también a la comunidad que se reúne en casa de ellos.

Saluden a mi querido Epéneto, el primero que en la provincia de Asia se hizo cristiano. Saluden a María, que ha trabajado tanto por ustedes. Saluden a Andrónico y a Junías, mis paisanos y compañeros de prisión, que se han distinguido en predicar el Evangelio y en el apostolado, y que se hicieron cristianos antes que yo. Saluden a Ampliato, a quien tanto quiero en el Señor. Saluden a Urbano, colaborador nuestro en el servicio de Cristo, y a mi querido Estaquio.

Salúdense los unos a los otros con el saludo de paz. Todas las comunidades cristianas los saludan. Yo, Tercio, el escribano de esta carta, también les mando un saludo en el Señor. Los saluda Gayo, que me hospeda a mí y a esta comunidad. Los saludan Erasto, administrador de la ciudad, y Cuarto, nuestro hermano. Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos ustedes. Amén.

A aquel que puede darles fuerzas para cumplir el Evangelio

que yo he proclamado, predicando a Cristo, conforme a la revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos, y que ahora, en cumplimiento del designio eterno de Dios, ha quedado manifestado por las Sagradas Escrituras, para atraer a todas las naciones a la obediencia de la fe, al Dios único, infinitamente sabio, démosle gloria, por Jesucristo, para siempre. Amén. Palabra de Dios.

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Este capítulo, que parece compuesto por una serie de textos desiguales yuxtapuestos, en realidad manifiesta aquella comunión concreta que Pablo resaltó en la última parte de la Carta. La larga lista de nombres indica el alto número de amigos que tenía Pablo. Aunque no estaba en Roma, conocía a muchos miembros de aquella comunidad. Sabemos que conoció a Áquila y Prisca en Corinto, tras el edicto de Claudio (que decretó la expulsión de Roma de los judíos o de parte de ellos), que evidentemente ya no estaba en vigor cuando escribió la Carta. No sabemos en qué circunstancias conoció el apóstol a las otras personas, pero el hecho de citarlas hace que aquella comunidad que él no fundó pero a la que se siente unido por vínculos concretos de comunión le aprecie más. Vemos aquí la importancia de la fraternidad en la vida de la Iglesia y de la variedad de maneras con las que se traban las amistades. La historia de la fraternidad cristiana nunca es una historia de masas anónimas. En la Iglesia, la comunión está siempre arraigada en el encuentro personal entre los discípulos, en las relaciones entre persona y persona. Cada uno tiene un nombre y una historia y todos son amados y cuidados personalmente.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2023, 390-391

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