Sabemos que enseñas con toda verdad el camino de Dios

Tiempo Ordinario

Martes de la IX semana

En aquel tiempo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos le enviaron a Jesús unos fariseos y unos partidarios de Herodes, para hacerle una pregunta capciosa. Se acercaron, pues, a él y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa lo que diga la gente, porque no tratas de adular a los hombres, sino que enseñas con toda verdad el camino de Dios. ¿Está permitido o no, pagarle el tributo al César? ¿Se lo damos o no se lo damos?” Jesús, notando su hipocresía, les dijo: “¿Por qué me ponen una trampa? Tráiganme una moneda para que yo la vea”.

Se la trajeron y él les preguntó: “¿De quién es la imagen y el nombre que lleva escrito?” Le contestaron: “Del César”.

Entonces les respondió Jesús: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Y los dejó admirados. Palabra del Señor.

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Marcos nos presenta ahora a los fariseos y a los herodianos, que le plantean a Jesús la cuestión del tributo al César. Su falsedad es manifiesta desde el inicio. Adulan a Jesús para tenderle una trampa. Pero no se puede entrar en el Evangelio con ardides. 

Ante la disyuntiva que le plantean para hacerle caer en la trampa, Jesús cambia de plano, pide que le traigan una moneda y responde con una pregunta: «¿De quién son esta imagen y la inscripción?». Tras escuchar la respuesta, Jesús replica: «Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios». 

Al César hay que devolverle su moneda. Y a Dios hay que devolverle todo lo que es de Dios. Jesús pide una decisión sobre esta cuestión: dar a Dios lo que es de Dios. ¿Y qué es de Dios, sino el hombre? En el hombre, efectivamente, está grabada su imagen. El hombre, todo hombre, incluso el más pequeño e indefenso, pertenece a Dios y a Dios debe volver. 

Dios tiene la primacía absoluta sobre la vida del hombre, y esa primacía hay que defenderla por encima de todo, del mismo modo que se debe respeto a la sociedad civil y a sus leyes. Esta página evangélica debe ayudar a promover el respeto y la tolerancia, sin perder de vista que nadie puede herir ni humillar la vida del hombre. Solo Dios es Padre y Señor de todos. 

Los cristianos, pues, están llamados a obedecer las leyes y a colaborar de buena gana con las autoridades legítimas. Pero la invitación de Jesús de dar a Dios lo que le corresponde nos recuerda también nuestra responsabilidad de testimoniar el Evangelio y de vivir las enseñanzas de la Iglesia con libertad y conciencia para que la vida de los hombres y las mujeres sea defendida y protegida en nuestras sociedades.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 237.

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