¿Qué tenemos que hacer nosotros?

Adviento – Ciclo C

Domingo de la III semana

En aquel tiempo, la gente le preguntaba a Juan el Bautista: “¿Qué debemos hacer?” El contestó: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo”.

También acudían a él los publicanos para que los bautizara, y le preguntaban: “Maestro, ¿qué tenemos que hacer nosotros?” El les decía: “No cobren más de lo establecido”. Unos soldados le preguntaron: “Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?” El les dijo: “No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario”.

Como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. El los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. El tiene el bieldo en la mano para separarel trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”. Con éstas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena nueva. Palabra del Señor.

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En el tercer domingo de Adviento nos encontramos nuevamente con Juan el Bautista. Hace ocho días nos acercamos a su persona hoy lo hacemos a su mensaje. El texto que leemos corresponde a dos de las cinco pequeñas secciones que en Lucas presentan el ciclo completo del ministerio del precursor del Mesías.

Las preguntas que dinamizan el pasaje que nos ocupa son: «¿qué debemos hacer?» y «¿quién eres tú?»

El Bautista predica la conversión, quienes lo escuchan  reaccionan positivamente y le piden formas concretas para vivir el camino de conversión de acuerdo a su propia condición. Tres grupos de personas se acercan a Juan y le plantean la pregunta: «¿Qué debemos hacer? La práctica de la caridad y de la justicia serán los indicadores de la conversión y ésta asumirá diversas formas en cada categoría de personas.

A la multitud el Bautista los invita a despojarse para compartir con los más pobres. Compartir el vestido y el alimento, es decir, atender las necesidades básicas. No se puede vivir en la abundancia y tener junto a si pobres que padecen por carecer de lo necesario para vivir con dignidad.

A quienes tienen la tentación de enriquecerse despojando a otros, mediante mecanismos de supuesta legalidad, les pide que no sean corruptos y que tengan un comportamiento honesto. Los cobradores de impuestos de la época tenían una pésima reputación y a ellos es a quien Jesús invita a vivir un cambio radical en sus vidas.

A los judíos que colaboraban con el ejército les pide que no abusen del poder, es decir, que no ejerzan por ningún motivo la fuerza o desplieguen la violencia para conseguir información ni para buscar ganancias extra extorsionando a la gente.

Llama la atención como Juan a cada categoría le presenta el mismo mensaje, con exigencias distintas, adecuadas a cada grupo, ofreciendo caminos concretos para superar las situaciones complicadas y deshumanizadoras.

En el fondo lo que parece interesarle a Juan es la justicia social. Está en sintonía con los profetas, que tienen conciencia clara de su devoción religiosa,

La segunda parte de nuestro texto comienza con la pregunta sobre la identidad de Juan: «Andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo». La pregunta se la hacen no las autoridades sino el pueblo que de manera expectante esperaba el cumplimiento de la promesa de Dios. Juan articula su respuesta hablando de dos bautismos: el de agua y el de Espíritu Santo y fuego.

El agua es símbolo de purificación y de vida y quien se acercaba al bautismo administrado por Juan, que era bautismo con agua, con ese gesto expresaba una conversión sincera que lo incorporaba plenamente a la descendencia de Abraham.

Juan reconoce su fortaleza al anunciar que «viene el que es más fuerte que yo» y se coloca delante de él como esclavo, indigno del servicio más pequeño como «desatarle la correa de sus sandalias».

Finalmente el evangelista indica que «el pueblo estaba a la expectativa» (v. 15), y se preguntaban si no sería Juan el Cristo. De la pregunta del «hacer» se pasa a la del «Mesías», es decir, a la pregunta de «¿Quién nos puede salvar?». El Bautista remite -más allá de sí mismo- a «aquel que viene», el único que podrá cambiar la vida vieja, quemando la paja y regalando el Espíritu. 

Juan no quiere atemorizar a nadie, Su pretensión es sacudir las conciencias, despertar de la indiferencia, que cada quien se juegue su futuro definiéndose ante el anuncio que Dios le ha hecho. La conversión que Juan anuncia no es una mala noticia, por el contrario, vivirla todos los días, de manera integral, continua y diaria llena su corazón de luz, de justicia, de amor y de alegría.


[1] Cfr. G. Zevini – P.G. Cabra, Lectio divina para cada día del año. Vol. 1, 142-144.

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