¡Señor, que vea!

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Tiempo Ordinario

Lunes de la XXXIII semana

Textos

† Del evangelio según san Lucas (18, 35-43)

En aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un lado del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello, y le explicaron que era Jesús el nazareno, que iba de camino. Entonces él comenzó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” Los que iban adelante lo regañaban para que se callara, pero él se puso a gritar más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!” Entonces Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran.

Cuando estuvo cerca, le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” El le contestó: “Señor, que vea”. Jesús le dijo: “Recobra la vista; tu fe te ha curado”.

Enseguida el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez

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Mensaje[1]

Los dos personajes, Jesús y el ciego, se perfilan sobre el fondo de la muchedumbre, que sirve de contraste. El movimiento de ambos es opuesto y convergente: el ciego «estaba sentado» con una actitud de inactividad pasiva y resignada -pide limosna-, de marginación y aislamiento -junto al camino-; Jesús se hace prójimo, «se acercaba» a la ciudad rodeado por la gente que se apiña, tal vez sólo por curiosidad, a su alrededor.

El ciego, sin embargo, parece ir despertando de manera progresiva a la vida: de la curiosidad a la petición insistente, hasta la fe y el seguimiento. Se distingue de la muchedumbre no ya por su enfermedad, sino porque toma conciencia de su propia condición y pide ayuda: intentan hacerle callar, pero él grita cada vez más fuerte. 

Jesús, por el contrario, pasa del movimiento a la detención: «se detuvo» para oírle y le escucha casi en sordina, sólo después de su petición, sin realizar ninguno de los gestos que acompañan a menudo a los milagros. Parece como si quisiera ceder al ciego el papel principal: «¿Qué quieres que haga por ti?» y «tu fe te ha salvado» son dos expresiones que ponen el acento voluntariamente en la oración y en la fe, más que en las dotes extraordinarias del taumaturgo.

El protagonista es el ciego, figura y modelo de la humanidad necesitada de salvación: se produce en él un cambio interior, una conversión, más importante que la curación, que es sólo una manifestación externa. La transformación del hombre convertido y salvado tiene consecuencias sobre los que asisten a ella: la muchedumbre de los curiosos, que antes le reprendía por lo molesto de sus gritos, «al verlo, se puso a alabar a Dios». 


[1] G. Zevini – P.G. Cabra, Lectio divina para cada día del año.12., 345-346

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