Tiempo Ordinario
Miércoles de la XI semana
Textos
† Del evangelio según san Mateo (6, 1-6. 16-18)
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres, para que los vean.
De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. En cambio, cuando tú des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente.
Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará”. Palabra del Señor.
Mensaje[1]
Hoy leemos un texto de san Mateo, que no tiene paralelo en los otros evangelios, en el cual Jesús identifica el espíritu nuevo con que deben ser vividas las obras de justicia, las buenas obras.
El capítulo sexto de san Mateo nos introduce en el mundo complejo de las relaciones y se denomina «justicia» la adecuada relación con Dios y con los hermanos, siempre teniendo en vista a Dios. En los primeros versículos, Jesús retoma tres formas de relación que caracterizaban la espiritualidad judía de su tiempo: la primera, la limosna significa hacer misericordia a los demás; la segunda, la oración, por medio de la cual se entra en relación profunda con Dios; y la tercera, el ayuno, que tiene la doble finalidad de disciplinarse y expresar la contrición requerida para recibir la misericordia de Dios.
Jesús comienza con una exhortación general, que hace de premisa a las tres aplicaciones particulares que Jesús hará sobre la limosna, la oración y el ayuno: _“cuídense de no practicar su justicia delante de los hombres, para ser vistos por ellos”_. Luego, en cada uno de los tres casos, invita a revisar la vida y a apoyar las actitudes y el comportamiento en ela perspectiva de esta indicación.
Jesús pone de relieve lo que no hay que hacer; señala a los «hipócritas», a quienes todo lo hacen para ganarse la honra de los hombres; se quedan en la exterioridad, buscan el aplauso y el reconocimiento, no la conversión sincera. Jesús dice que la única recompensa que recibirán, será únicamente lo que han buscado, es decir, sus propios intereses egoístas que traen sólo ansiedad y sufrimiento.
Jesús señala lo que sí hay que hacer y que corresponde al nuevo espíritu y mentalidad que ha de caracterizar a sus discípulos: “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha«; “Entra en tu cuarto y cierra la puerta…”; “Perfuma tu cabeza para que nadie se entere de que estás ayunando”.
La propuesta nueva de Jesús va directo al corazón: hay que pasar de la exterioridad a la interioridad. Mediante este camino, Jesús quiere que entremos en nuestra vida con sinceridad, que reconozcamos y sopesemos las intenciones y motivaciones que nos mueven en nuestra relación con Dios, con los demás y con nosotros mismos. A Dios se le agrada “de corazón”, no con apariencias.
Lo que le da sentido a la oración, al ayuno y a la limosna es el reconocimiento de que tenemos un Padre que nos atrae amorosamente hacia Él. La frase clave de todo este texto es el aliciente que motiva nuestro esfuerzo para purificar el corazón: _ “tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará”.
Jesús, nos asegura que el Padre está en nuestro interior, en lo secreto de nuestro corazón. Él conoce nuestras búsquedas, nuestras luchas y también nuestros esfuerzos. Si concentramos en Él nuestro corazón, si orientamos a él nuestras pequeñas y grandes decisiones, buscando por encima de todo el cumplimiento de su voluntad, como hizo Jesús, no sólo tendremos la paz del corazón, las demás cosas vendrán por añadidura.
La “recompensa” del Padre supera inmensamente las pasajeras recompensas terrenas que tienen la medida de nuestro yo y de nuestros intereses egoístas; el Padre nos dará todo lo que necesitamos para ser felices, para ser discípulos auténticos de Cristo, para ser verdaderamente hermanos e hijos de Dios, hijos del Reino.
[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 252-253.