Procuren, hermanos, que ninguno de ustedes tenga un corazón malo

Tiempo ordinario

Jueves de la I Semana

Textos

Lectura de la carta a los hebreos (3, 7-14)

Hermanos: Oigamos lo que dice el Espíritu Santo en un salmo: Ojalá escuchen ustedes la voz del Señor, hoy. No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión y el de la prueba en el desierto, cuando sus padres me pusieron a prueba y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras durante cuarenta años. Por eso me indigné contra aquella generación y dije: “Es un pueblo de corazón extraviado, que no ha conocido mis caminos”. Por eso juré en mi cólera que no entrarían en mi descanso.

Procuren, hermanos, que ninguno de ustedes tenga un corazón malo, que se aparte del Dios vivo por no creer en él. Más bien anímense mutuamente cada día, mientras dura este “hoy”, para que ninguno de ustedes, seducido por el pecado, endurezca su corazón; pues si nos ha sido dado el participar de Cristo, es a condición de que mantengamos hasta el fin nuestra firmeza inicial. Palabra de Dios.

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Mensaje[1]

El autor de la Carta no solo pide no alejarnos de Dios, es decir, seguir escuchando su Palabra, sino que también nos invita a animarnos «mutuamente cada día […] para que ninguno de ustedes, seducido por el pecado, endurezca su corazón ». Hay una gran sabiduría pastoral en esta indicación: solo una fraternidad efectiva y cotidiana garantiza a los creyentes seguir siendo discípulos. El autor sagrado se dirige a toda la comunidad.

Todos los «hermanos» tienen la responsabilidad de estar atentos unos de otros y de preocuparse sobre todo de los que ya no prestan atención a la voz de Dios. No solo algunos están llamados a la responsabilidad hacia los demás. Todos y cada uno de los cristianos están llamados a mantener los ojos abiertos para que el hermano no se pierda. 

En este sentido, a cada discípulo se le confía la paráclesis, es decir, el poder de consolar a los hermanos para impedir la «esclerosis» del corazón, ese endurecimiento que vuelve al hombre amargo, descontento y egocéntrico. En efecto, no es posible ser discípulos de Jesús por cuenta propia o separados de los hermanos: únicamente se es discípulo si se escucha la Palabra de Dios junto a los demás. En la escucha común de las Escrituras el mismo Espíritu Santo habla y edifica en un solo cuerpo a los que lo escuchan. 

La continuidad en la escucha convierte en discípulos a los que acogen en el corazón la Palabra que se siembra en ellos. Y el «hoy» que la Carta invoca es la vida cotidiana iluminada por el Evangelio. Así entramos en «el descanso» que el Señor concede a sus fieles. Exhortarse unos a otros, sostenerse mutuamente y rezar juntos los unos por los otros, edifica la comunidad como familia de Dios capaz de acoger y consolar.


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 64-65.

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