Por la dureza de su corazón

Tiempo Ordinario

Viernes de la XIX semana

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y para ponerle una trampa, le preguntaron: “¿Le esta permitido al hombre divorciarse de su esposa por cualquier motivo?” Jesús les respondió: “¿No han leído que el Creador, desde un principio los hizo hombre y mujer, y dijo: ‘Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, para unirse a su mujer, y serán los dos una sola cosa?’ De modo que ya no son dos, sino una sola cosa. Así pues, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.

Pero ellos replicaron: “Entonces ¿por qué ordenó Moisés que el esposo le diera a la mujer un acta de separación, cuando se divorcia de ella?” Jesús les contestó: “Por la dureza de su corazón, Moisés les permitió divorciarse de sus esposas; pero al principio no fue así. Y yo les declaro que quienquiera que se divorcie de su esposa, salvo el caso de que vivan en unión ilegítima, y se case con otra, comete adulterio; y el que se case con la divorciada, también comete adulterio”.

Entonces le dijeron sus discípulos: “Si ésa es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse”, Pero Jesús les dijo: “No todos comprenden esta enseñanza, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido.

Pues hay hombres que, desde su nacimiento, son incapaces para el matrimonio; otros han sido mutilados por los hombres, y hay otros que han renunciado al matrimonio por el Reino de los cielos. Que lo comprenda aquel que pueda comprenderlo”. Palabra del Señor.

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Empieza la misión de Jesús en Judea, donde se quedará hasta el fin de sus días. Una muchedumbre lo sigue y él, como siempre, continúa enseñando y curando a los enfermos que le llevan. Su obra, que ya había encontrado obstáculos en Galilea, encuentra ahora una oposición aún más fuerte. 

El espíritu del mal no ceja en su firme contraposición al Evangelio. Los fariseos se hacen instrumento de esta y le plantean una cuestión sobre el «repudio» de la esposa: le preguntan si es lícito repudiarla «por un motivo cualquiera», como considera alguno. En aquella época el tema era motivo de debate. Jesús, sin embargo, no entra directamente en la cuestión y prefiere recordar la voluntad original de Dios sobre la unión entre el hombre y la mujer: la familia debe basarse en el amor indisoluble. 

Y si luego Moisés permitió el divorcio, lo hizo por la torpeza humana y espiritual de los judíos de su tiempo. Jesús no solo no acepta las interpretaciones de sus rabinos, sino que condena incluso la práctica del divorcio que los fariseos secundaban a una escala más o menos amplia. 

Jesús reafirma la primacía del amor en las relaciones humanas y, por tanto, también entre el hombre y la mujer que se unen en matrimonio. Su amor es indisoluble. La irrevocabilidad parecía ya entonces una pesada carga. Hoy lo parece aún más en un clima cultural en el que toda perspectiva de estabilidad parece imposible. 

Pero Jesús continúa, y habla de la continencia que se elige para el reino de los cielos: hay quien se hace eunuco «por el Reino de los Cielos». La decisión de no casarse para dedicarse por completo a Dios no desacredita el matrimonio, pero sí destaca la radicalidad de dicha dedicación. 

Es un modo de decir que algunos deciden mostrar incluso con su propia existencia que solo Dios basta. Es una decisión que manifiesta una de las dimensiones espirituales de la Iglesia: no se liga a nadie más que a Jesús, únicamente. En ese sentido el celibato por el Señor tiene un valor extraordinario no porque demuestre la capacidad de sacrificarse, sino porque manifiesta la opción radical por el Señor. 


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 316-317.

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