No trabajen por ese alimento que se acaba

Pascua

Lunes de la III semana

Textos

† Del evangelio según san Juan (6, 22-29)

Después de la multiplicación de los panes, cuando Jesús dio de comer a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el lago. Al día siguiente, la multitud, que estaba en la otra orilla del lago, se dio cuenta de que allí no había más que una sola barca y de que Jesús no se había embarcado con sus discípulos, sino que éstos habían partido solos. En eso llegaron otras barcas desde Tiberíades al lugar donde la multitud había comido el pan.

Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm para buscar a Jesús.

Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste acá?” Jesús les contestó: “Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo ha marcado con su sello”.

Ellos le dijeron: “¿Qué necesitamos para llevar a cabo las obras de Dios?” Respondió Jesús: “La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado”. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez

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Mensaje[1]

Después de la multiplicación de los panes, la multitud, que se había quedado en la otra orilla del mar, viendo que ya no estaban con ellos ni Jesús ni los discípulos, subió abordo de otras barcas venidas desde Tiberíades -situada cerca del lugar donde habían comido el pan milagrosamente multiplicado- y se dirigió a Cafanaum para buscar a Jesús. Le encontraron «a la orilla del mar» señala el evangelista. 

En efecto, Jesús no estaba donde ellos le buscaban. No era el «rey» que ellos deseaban para satisfacer sus aspiraciones, por legítimas y comprensibles que estas fueran. La búsqueda del Señor requiere ir más allá de uno mismo y de las propias costumbres, incluso las religiosas. Aquella multitud debía ir más allá, mucho más allá-verdaderamente «a la otra orilla del mar»- de lo que pensaban. 

No habían comprendido el sentido profundo de la multiplicación de los panes, de hecho, cuando llegan hasta Jesús, resentidos como si les hubiera abandonado, le preguntan: «¿Cuándo has llegado aquí?», y Jesús responde desenmascarando la comprensión egocéntrica del milagro de los panes. No habían comprendido el «signo», es decir, el significado espiritual de aquel milagro que Jesús había realizado. 

En realidad, los milagros no eran solo la manifestación del poder de Jesús; eran más bien «signos» que indicaban el nuevo reino que él había venido a instaurar en la tierra. Aquellos signos pedían la conversión del corazón a quienes los recibían y los veían, o sea, la elección de estar con Jesús, de seguirle y participar con él en la obra de transformación del mundo que aquellos «signos» ya indicaban. 

Jesús, como el buen pastor que conduce a su rebaño explica a aquella muchedumbre el sentido del milagro al que habían asistido: «no trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre ». El pan que viene del cielo es Jesús mismo, él es el Reino, la justicia, el amor sin límites que el Padre ha dado a los hombres. 

En el Evangelio apócrifo de Tomás se lee una sentencia que fue pronunciada por Jesús: «Quien está cerca de mí está cerca del fuego, y quien está lejos de mí está lejos del Reino». Acoger este don con todo el corazón y hacer de él el alimento cotidiano es la «obra» que el creyente está llamado a realizar. No es un sentimiento vago, sino una verdadera «obra», que exige elección, decisión, compromiso, trabajo, cansancio y sobre todo implicación apasionada y total; y por tanto una gran alegría. Nadie puede delegar esta «obra» en otros. Convertirse en discípulos de Jesús significa dejar que el Evangelio modele nuestra vida, nuestra mente, nuestro corazón, hasta transformamos en hombres y mujeres espirituales. Mientras escuchamos la Palabra de Dios y nos comprometemos a seguirla, vemos que se aclaran nuestros ojos y Jesús se nos presenta como el verdadero pan bajado del cielo que nos alimenta el corazón y nos sostiene en la vida.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 177-179.

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