No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal

Pascua

Miércoles de la VII semana

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: “Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros.

Cuando estaba con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me diste; yo velaba por ellos y ninguno de ellos se perdió, excepto el que tenía que perderse, para que se cumpliera la Escritura.

Pero ahora voy a ti, y mientras estoy aún en el mundo, digo estas cosas para que mi gozo llegue a su plenitud en ellos.

Yo les he entregado tu palabra y el mundo los odia, porque no son del mundo, como yo tampoco soy del mundo.

No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad. Tu palabra es la verdad.

Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo.

Yo me santifico a mí mismo por ellos, para que también ellos sean santificados en la verdad”. Palabra del Señor.

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El evangelio de este día nos permite acercarnos a Jesús orante y entrar en la intimidad de su oración.

Jesús ora en voz alta, quiere que también lo escuchen sus discípulos, les da permiso para que conozcan su corazón orante, para que compartan su intensa relación con el Padre y para que sepan qué es lo quiere de ellos. Jesús ora en voz alta, para su oración se prolongue en nuestra propia oración. 

La oración de Jesús en el pasaje que contemplamos es una verdadera escuela de oración; es conocida como “oración sacerdotal”, también podríamos llamarla “oración del Hijo amado” por la íntima relación amorosa entre el Padre y el Hijo que nos revela, expresada en la obediencia de Jesús; o también, “oración del Buen Pastor”, por el cuidado amoroso de Jesús por los suyos, de todas las generaciones, que se prolonga en la intercesión por ellos que quedan en el mundo. 

En este pasaje la oración de Jesús se desarrolla en tres círculos concéntricos, que son círculos relacionales: primero se centra en la persona y la misión de Jesús con relación al Padre; luego, en la relación de Jesús con los once discípulos y finalmente en la relación de Jesús con los discípulos que engrosarán la comunidad en los tiempos futuros, entrando en la familia del Padre. 

Observemos los tres movimientos de la oración de Jesús: 

Jesús ora por su propia glorificación, de manera que pueda llevar a cumplimiento la obra que inició con sus discípulos. 

Jesús ora por la comunidad que ha formado y que en ese momento comparten con él la intimidad de la última cena. Hace memoria de la tarea realizada hasta ese momento y el hecho de haber sido acogido por sus discípulos. Le pide al Padre que proteja en su nombre a los discípulos y que los santifique en la verdad. 

Jesús ora por el futuro de la evangelización, por todos los que creerán como respuesta a la predicación apostólica y finalmente por las futuras comunidades cuya plenitud será su comunión de vida con el Padre.  

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