No somos más que siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer

Tiempo Ordinario

Martes de la XXXII semana

Textos

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra enseguida y ponte a comer’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú’? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación? Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: ‘No somos más que siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’ ”. Palabra del Señor.

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El Señor entabla un diálogo íntimo con sus discípulos, y quiere repetirlo con cada uno de nosotros. Él conoce a los suyos uno por uno, los llamó a seguirle y vive con ellos. Sabe que es fácil que dejen espacio al orgullo en su corazón y que se tengan a sí mismos en gran consideración, o bien que se crean buenos y protagonistas de sus acciones. Por eso les exhorta a confrontarse con los siervos. Estos, a diferencia del amo, no son los primeros de la casa sino los que sirven. 

Nadie de nosotros es amo de su propia vida; solo el Señor lo es. Cada uno recibimos la vida no solo para que la gocemos, sino para gastarla para el bien de todos. Sin merecerlo hemos recibido mucho: salud, bienestar, paz, inteligencia, amor; fe. De todos esos bienes no somos amos, sino custodios y administradores. 

También Jesús se presentó como el que sirve, no como el que debe ser servido. Y en la última cena lo demostró asumiendo el papel del esclavo que lava los pies a su señor. El discípulo siguiendo este ejemplo de Jesús, está llamado a servir a la Iglesia, la comunidad de hermanos en la fe que se ha convertido en su nueva familia. 

La Iglesia, la comunidad de la que todos formamos parte es un regalo que recibimos y que estamos llamados a amar, cuidar y servir. Este servicio de amor es lo que Jesús confió a sus discípulos. Y ese servicio es nuestra verdadera recompensa. Vivir con ese espíritu de servicio libra del egoísmo, del ansia de acumular bienes y satisfacciones para uno mismo. También la Iglesia entera debe concebirse como sierva del amor por el mundo entero. 

La Iglesia, la comunidad de los creyentes, no vive para ella misma para ser perfecta y envidiada, sino para que todos puedan descubrir el amor de Jesús que vino para salvar a todos. Los discípulos saben que lo han recibido todo y que a Él le deben devolver todo. Eso es lo que significa ser siervos inútiles. Ser «inútiles» no es excusa para caer en la pereza o la falsa humildad. 

El Señor nos ha elegido y confiado una tarea que estamos llamados a cumplir no para realizamos a nosotros mismos sino para servir a su sueño de amor por el mundo, sabiendo que todo lo recibimos de él y sin él somos realmente «inútiles», es decir, personas sin fuerza.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 415.

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