Tiempo Ordinario
Viernes de la semana III
Textos
Lectura de la carta a los hebreos (10, 32-39)
Hermanos: Recuerden aquellos primeros días en que, recién iluminados por el bautismo, tuvieron ustedes que afrontar duros y dolorosos combates, unas veces fueron expuestos públicamente a los insultos y tormentos.
Otras, compartieron los sufrimientos de los hermanos que eran maltratados, se compadecieron de los que estaban en la cárcel y aceptaron con alegría que los despojaran de sus propios bienes, sabiendo ustedes que están en posesión de otros, mejores y perdurables.
Por lo tanto, no pierdan la confianza, pues la recompensa es grande. Lo que ahora necesitan es la perseverancia, para que, cumpliendo la voluntad de Dios, alcancen lo prometido.
Atiendan a lo que dice la Escritura: Pronto, muy pronto, el que ha de venir vendrá y no tardará; y mi justo, si permanece fiel, vivirá; pero si desconfía, dejará de agradarme. Ahora bien, nosotros no somos de los que desconfían y perecen, sino hombres de fe, destinados a salvarnos. Palabra de Dios.
Mensaje[1]
Comienza la tercera parte de la Carta a los hebreos. El autor quiere exhortar a los cristianos a la constancia y a la perseverancia en la vida cristiana. Era un momento especialmente difícil para las comunidades cristianas de aquel tiempo, oprimidas por no pocas hostilidades.
Evidentemente se había producido alguna que otra cesión por parte de algunos o bien el testimonio se había debilitado, quizá por un cristianismo vivido de manera más individualista y, por tanto, menos significativo, menos profético. El autor recuerda a esos cristianos el fervor que tenían en el tiempo de su conversión, cuando afrontaban con valentía todo sacrificio con tal de dar testimonio del Evangelio: no solo no se echaban atrás ante las dificultades y los peligros, sino que los afrontaban juntos «con alegría».
El autor recuerda a los cristianos cuando estaban «expuestos públicamente a injurias y ultrajes» y vivían una profunda solidaridad entre ellos: «compartieron los sufrimientos de los hermanos que eran maltratados, se compadecieron de los que estaban en la cárcel y aceptaron con alegría que los despojaran de sus propios bienes». La razón de esta valentía residía en la convicción de poseer «una riqueza mejor y más duradera». El autor nos exhorta a descubrir de nuevo la virtud de la constancia, es decir, a perseverar en el seguimiento del Evangelio y a no abandonar la «parresia», esa confianza en Dios que representa la verdadera fuerza del creyente y que le permite permanecer firme incluso en un mundo hostil al Evangelio.
La pereza y el cansancio nos hacen correr el riesgo de encerrarnos en el presente y atenuar la espera de la venida del Señor. Si no hay espera, la esperanza y la lucha por un mundo mejor se desvanecen. Si no hay espera, se atenúa la necesidad de rezar y de comprometernos, a la vez que cedemos con facilidad al individualismo y a la mentalidad de nuestro mundo.
[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 82-83.