Cuaresma
Lunes de la semana III
Textos
+ Del evangelio según san Lucas (4, 24-30)
En aquel tiempo, Jesús llegó a Nazaret, entró a la sinagoga y dijo al pueblo: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra.
Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, que era de Siria”.
Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta una barranca del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí. Palabra del Señor.
Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez
Mensaje[1]
Jesús ante la reacción airada de los nazarenos a su primera predicación en la sinagoga del pueblo, responde con un dicho muy conocido en aquella época: «nadie es profeta en su tierra». Jesús lo está experimentando en primera persona. El motivo que empuja a los nazarenos a no aceptar la predicación evangélica es su ceguera para reconocer a Jesús autoridad sobre sus vidas. Es demasiado parecido a ellos, saben de dónde viene, quiénes son sus parientes, no puede venir de lo Alto.
Pero éste es el misterio mismo del Evangelio: son palabras humanas, y sm embargo en ellas es Dios mismo el que habla. Y en aquellos que se dejan moldear por el Evangelio hay un reflejo de la autoridad de Dios. La fe significa una mirada que ve más allá de la apariencia y sabe confiarse al Espíritu de Dios.
Quien es pobre y necesitado consigue dejarse tocar el corazón por las palabras evangélicas. Si uno está lleno de su propio orgullo no tienen oídos para escuchar ni corazón para entender. Está lleno de sí mismo y piensa que no necesita a nadie. No es asi para los necesitados. Jesús pone el ejemplo de Elías, que de entre todas las viudas acudió sólo a la de Sarepta, y el caso del profeta Elíseo que de entre todos los leprosos curó únicamente a Naamán el sirio.
El Señor envía sus profetas a todos y es misericordioso con todos, pero sólo los pobres y los débiles se dejan tocar el corazón Y escuchan sus palabras. Los nazarenos, ante la reacción de Jesús que pone de manifiesto su incredulidad, se rebelaron y trataron de arrojarlo por un precipicio.
El Evangelio de la misericordia molesta a quien está acostumbrado a pensar sólo en sí mismo y se erige en Juez de los demás. El amor de Dios, que se extiende también a los que no le conocen, como eran la viuda de Sarepta y Naamán el sirio, es una provocación no sólo para los habitantes de Nazaret sino para cada uno de nosotros y para un mundo que descarta a los que no cuentan.
Cada vez que cerramos las puertas del corazón a las palabras del Evangelio, cada vez que las consideramos extrañas o demasiado exigentes, repetimos en los hechos la escena dramática de Nazaret: lanzar por el precipicio a Jesús, el verdadero amigo de nuestra vida, el único que puede salvarnos.
Pero Jesús, «pasando por en medio de ellos, se alejó de allí », escribe el evangelista. El Evangelio, a pesar de las veces que intentamos echarlo fuera, permanece siempre como fuente que brota y que «camina» para apagar la sed de quien necesita amor y salvación.
[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 123-124.