Nadie echa vino nuevo en odres viejos

Tiempo Ordinario

Viernes de la XXII semana

En aquel tiempo, los fariseos y los escribas le preguntaron a Jesús: “¿Por qué los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oración, igual que los discípulos de los fariseos, y los tuyos, en cambio, comen y beben?” Jesús les contestó: “¿Acaso pueden ustedes obligar a los invitados a una boda a que ayunen, mientras el esposo está con ellos? Vendrá un día en que les quiten al esposo, y entonces sí ayunarán”.

Les dijo también una parábola: “Nadie rompe un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque echa a perder el nuevo, y al vestido viejo no le queda el remiendo del nuevo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo revienta los odres y entonces el vino se tira y los odres se echan a perder. El vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos y así se conservan el vino y los odres. Y nadie, acabando de beber un vino añejo, acepta uno nuevo, pues dice: ‘El añejo es mejor’ ”. Palabra del Señor. 

Descargar los textos en PDF

En el evangelio de hoy, Jesús da razón de por qué sus discípulos se conducen con tanta libertad y alegría, distanciándose de algunas prácticas de los judíos.

Con la gente que escucha su palabra y acoge en su vida la novedad de Dios que los libera del poder del enemigo malo y de la enfermedad, Jesús va formando una comunidad. Esta comunidad es diferente, es una comunidad que siempre está en fiesta y que no encaja en los parámetros ascéticos de comunidades ya conocidas, como las de Juan Bautista y los fariseos: «los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oración, igual que los discípulos de los fariseos, y los tuyos, en cambio, comen y beben.».

La reacción de los fariseos y escribas, que acabamos de citar dice mucho. Ellos notan que en torno a Jesús se ha formado una comunidad con características nuevas; eso les llama la atención y les preocupa. Jesús les responde haciéndoles ver que lo que está sucediendo es algo de fondo: es el buen vino de la alegría del evangelio que transforma todo desde dentro. 

El tema de la discusión es el ayuno que se supone que los discípulos de Jesús también deberían practicar en los días prescritos como expresión de la conversión. Al fin y al cabo, como lo acaba de decir, Jesús vino a llamar a la conversión a los pecadores. Pongamos atención a la manera como responde Jesús a sus críticos. Lo hace con tres imágenes.

La primera imagen es el comportamiento de los invitados en un banquete de bodas. Jesús se proclama como el esposo mesiánico que inaugura un tiempo nuevo en las relaciones entre Dios y los hombres; los discípulos son los invitados al banquete de bodas. Con la presencia de Jesús en medio de los pobres, sufrientes y marginados, comienza el tiempo festivo, el del gozo de la salvación, el de la “alegría del cielo”, signo y realización de la esperanza de todos los hombres. Sin embargo, los días del ayuno vendrán pronto, serán los días del sufrimiento del Maestro.

Vienen enseguida dos imágenes, la del remiendo nuevo en un vestido viejo y la de los odres nuevos y el vino nuevo, que tienen por finalidad contraponer lo antiguo y lo nuevo. Lo primero que se dice es que lo antiguo y lo nuevo en principio no pueden ir juntos; unir lo uno y lo otro es arruinarlos a ambos. De esta manera, Jesús enseña que el apego a las cosas y costumbres viejas, a lo mejor da seguridad, pero destruye lo nuevo, que irrumpe en el tiempo a partir de Jesús y que exige confianza en él y en su Palabra.

Jesús termina diciendo: «nadie, acabando de beber un vino añejo, acepta uno nuevo, pues dice: ‘El añejo es mejor’». Esta frase, que es propia de Lucas, coloca el acento en qué es “lo mejor”. Lo nuevo no es necesariamente lo mejor, como tampoco lo es necesariamente lo viejo. Lo que importa, en última instancia, no es el recipiente que lo contiene sino el vino mismo: el vino viejo añejo es mejor que el nuevo –eso nadie lo duda- pero éste necesita de un recipiente nuevo –esto tampoco nadie lo duda-. Así es la Buena Nueva del Reino.

Bajo esta luz, Simón Pedro y sus compañeros comprenden la profundidad de su vocación para una vida nueva en el seguimiento de Jesús. La Palabra de Jesús vertida en sus corazones genera actitudes nuevas frente a las diversas realidades de la vida: “nuevos” comportamientos, “nuevos” hábitos que los distinguen de los demás. De nada sirve el evangelio si la novedad no es total y a fondo. Son las nuevas exigencias del Reino de Dios.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *