Tiempo Ordinario
Martes de la XXXIV semana
Textos
† Del evangelio según san Lucas (21, 5-11)
En aquel tiempo, como algunos ponderaban la solidez de la construcción del templo y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban, Jesús dijo: “Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido”.
Entonces le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de que ya está a punto de suceder?” El les respondió: “Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: ‘Yo soy el Mesías’.
El tiempo ha llegado’. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”.
Luego les dijo: “Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles”. Palabra del Señor.
Mensaje[1]
Estamos en la última semana del año litúrgico. Y la Liturgia con este pasaje nos hace empezar el texto del discurso de Jesús sobre el fin de los tiempos conocido también como discurso escatológico. En realidad, Lucas, junto a Mateo y Marcos, nos quieren comunicar lo que descubrieron estando en íntimo contacto con Jesús, a saber, que los «últimos días» ya han empezado con la llegada misma del profeta de Nazaret.
En ese sentido, no tenemos que aplazar el momento de convertirnos al Evangelio hasta el final de los tiempos, ni esperar el instante oportuno que al final nunca llega. El momento de creer en el Evangelio ya ha llegado, y es el actual. No debemos posponer la decisión de seguir a Jesús. O lo hacemos ahora o corremos el peligro de perderla para siempre.
La garantía del futuro y de la salvación no está en la magnífica construcción del templo, no está en nuestras construcciones humanas, aunque sean religiosas, sino únicamente en la plena confianza en Él, es decir, en la fe, en la decisión de seguirlo. La fe, efectivamente, no es simplemente la adhesión a unas verdades abstractas. La fe es enamorarse de Jesús, es dejarse arrastrar por su amor, es dejar que su proyecto de amor por el mundo nos atrape. Esta fe, llena de amor y de participación existencial, es la verdadera piedra firme sobre la que edificar el presente y el futuro de nuestra vida.
Debemos, pues, estar atentos a los falsos profetas, a aquellos que hay fuera de nosotros -como las modas o las costumbres de este mundo- y también a aquellos que se esconden en el corazón de cada uno de nosotros -como las costumbres, el orgullo y el amor por uno mismo-. La única profecía verdadera que ilumina nuestros días es el Evangelio. Y es precisamente la fuerza del Evangelio lo que impide que nos resignemos al mal, que aceptemos la situación presente sin esperanza en un futuro más humano.
Todavía hoy hay pueblos que luchan entre ellos, o violencia que se abate sobre pueblos enteros y que continúa llevándose por delante vidas humanas, u otros acontecimientos aterradores que provocan pavor y miedo. Pero el Señor, ante un mundo que no sabe darse la paz, nos pide que seamos con él trabajadores de paz y testigos de la esperanza en un futuro de salvación. La fe es decidir caminar con Jesús, sabiendo que la fuerza de la resurrección doblegará al príncipe de este mundo y el poder del mal se someterá al poder del amor del Señor.
[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 430-431.