La Ascensión del Señor
Textos
† Del evangelio según san Lucas (24, 46-53)
En aquel tiempo, Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto. Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto”.
Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania; levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo. Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo, y permanecían constantemente en el templo, alabando a Dios. Palabra del Señor.
Mensaje[1]
Este Domingo celebramos la Ascensión de Jesús. La obra de Jesús en el mundo llega a su culmen; la obra que comenzó en el corazón de Dios Padre, encuentra en Él su realización definitiva.
De modo popular y sencillo, en las primeras páginas de la Biblia, se afirma que la morada de Dios está en lo alto, en el cielo, y que la de los hombres es la tierra. Por eso Dios «baja» del cielo y «sube» a dicha morada.
Jesús, con su Ascensión al cielo, confirma que su vida, que no siempre comprendemos ni aceptamos, obedece al proyecto de Dios, quien da la razón a Jesús; ratifica su vida, su camino histórico y sus opciones.
Por su parte, los discípulos ante el regreso de Jesús al Padre, tienen una doble tentación: volver la pasado o quedarse contemplando el cielo, fugándose de la realidad. Tendrán que superar estas tentaciones para enfrentar la misión que les confía Jesús: ser testigos de su muerte y resurrección, anunciándola. en su nombre, a todas las naciones.
Sin embargo, el proceso de fe de los discípulos es muy lento; en la escena paralela a la que contemplamos hoy, que se encuentra en el libro de los Hechos de los Apóstoles, los discípulos preguntan a Jesús: «¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?» (1,6); siguen pensando en un Mesías triunfal y político. No ven ni conciben otra forma de salvación y liberación. Son duros de cabeza y Jesús lo sabe, la realización de la misión supera sus fuerzas, por ello, les asegura el don del Espíritu Santo pero antes les hace testigos de su regreso al Padre.
El contexto
Con el pasaje que contemplamos concluye el gran día pascual. Desde la mañana de la Resurrección, Jesús, al encontrarse con sus discípulos, fue dejando claros los elementos esenciales del mensaje pascual: El Crucificado no está entre los muertos, ha resucitado, se apareció a Simón y a los demás discípulos, que lo reconocieron en la fracción del pan.
En distintas experiencias, Jesús fue convenciendo a sus discípulos de la realidad de su resurrección y los preparó para su misión futura. Ahora, en el momento de la despedida, con palabras y con el gesto de la bendición, se retoma todo lo esencial. Los últimos instantes son inolvidables.
Jesús ya no estará presente en medio de sus discípulos en forma visible sino que continuará haciéndose presente en sus caminos; se hará presente en sus cenas, su voz se hará sentir en la interpretación de las Santas Escrituras que en Él han alcanzado la plenitud. Pero de todas maneras el Maestro sigue su camino hacia el cielo.
Para apropiarnos mejor el contenido de este pasaje, nos ayuda distinguir cuatro partes: la entrega a los discípulos del mensaje -kerigma- del que son portadores y testigos; la promesa del Padre, la exaltación de Jesús al cielo y el epílogo.
Entrega a los discípulos del mensaje del que son portadores y testigos
Se trata del kerigma, es el núcleo de la predicación cristiana en los tiempos apostólicos; es un mensaje que tiene la fuerza suficiente para transformar todo y a todos, es anunciado por personas que así lo han experimentado.
El mensaje es este: «Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto» Veamos cinco elementos de este mensaje.
Se anuncia la muerte y resurrección de Jesús. Los discípulos son constituidos mensajeros de un acontecimiento del que han sido testigos y que se propone como camino que todo hombre puede recorrer haciendo el itinerario de la conversión.
El mensaje no se proclamará en nombre propio, sino en nombre de Jesús, a partir de todo lo que se manifestó a través de su obra y de todo su camino hasta la Cruz y la Resurrección.
Se anuncia también la eficacia del perdón. En el camino que lleva a los hombres a Dios, se hace sentir, sobre el pecado del hombre, el poder de la muerte y resurrección de Jesús, que le alcanzan el perdón.
El anuncio del mensaje es universal; desde Jerusalén irradia para todas las naciones. Mediante el perdón de los pecados, Jesús atrae a todos los hombres a la comunión con Dios y a generar –desde la Alianza con Él- el proyecto de fraternidad y solidaridad que le da una nueva orientación al mundo. Comenzando por Jerusalén todos son atraídos para este proyecto comunitario. Nadie podrá ser excluido del anuncio.
Los discípulos no son sólo mensajeros, ante todo son testigos. La credibilidad del mensaje requiere de testigos; por eso Jesús Resucitado constituye a sus discípulos, en testigos cualificados. Precisamente en el encuentro con Él y su regreso a los cielos se completa la serie de acontecimientos que deben testificar.
El mensaje cristiano no se fundamenta en especulaciones, en ideas u opiniones personales, sino en acontecimientos históricamente documentados y en las instrucciones que dio el mismo Jesús, las cuales quedaron grabadas en la memoria de las primeras comunidades.
El testimonio solamente puede provenir de quien ha hecho el camino con Jesús y de quién habiendo comprendido su obra, también puso su mirada en su destino. Se trata de testigos que han abierto los ojos y han visto en medio de la oscuridad de la Cruz el camino que conduce a la gloria del Padre. Los evangelizadores serán, entonces, ante todo testigos: testigos dignos de confianza y auténticos servidores de la Palabra. Su testimonio tendrá que llegar hasta los confines del mundo.
La promesa del Padre
Retoma Jesús algo que ya había dicho a sus discípulos al despedirse de ellos en la última Cena: la promesa del Padre: «Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto».
Aunque el texto no refiere explícitamente que se trate del Espíritu Santo, no hay razón para pensar lo contrario. Tampoco sabemos cuando se hizo esta promesa; en un pasaje de Lucas tenemos la promesa que hizo Jesús a sus discípulos de que el Espíritu los asistiría en los momentos de dificultad en la misión (cf. Lc 12,12).
El punto central en esta parte del texto es que los discípulos no estarán en capacidad de llevar adelante la misión, la inmensa tarea de la evangelización que hace presente el “perdón”, si no «reciben la fuerza de lo alto», así como sucedió con Jesús. Este “poder” es la fuerza del Espíritu Santo que ungió a Jesús y lo impulsó en el combate con Satán y en su misión de misericordia.
El Espíritu Santo fortalecerá y habilitará a los evangelizadores para que anuncien con valentía, convicción y fidelidad la obra de la muerte y resurrección de Jesús, en la cual se alcanza el perdón de los pecados. El Espíritu “dota” de fuerza y “sostiene” la valentía y la convicción con que se da el testimonio.
La exaltación de Jesús al cielo
Antes de volver al Padre, Jesús realiza dos acciones sobre sus discípulos. «Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania; levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo.»
La referencia «salió con ellos» se relaciona con la acción de Dios con su pueblo conduciéndolo en el éxodo; al mismo tiempo, con este gesto se sintetiza el camino del evangelio. La mención de Betania nos remite a la gran celebración de los discípulos en el contexto de la entrada triunfal en Jerusalén, donde fue el punto de partida de la procesión que aclamó a Jesús como Rey y Señor.
La última acción de Jesús sobre los suyos es la bendición; un gesto con sabor litúrgico. Jesús se despide con los brazos en alto en actitud de bendecir. Es la última imagen del Maestro, que queda impresa en el alma de los testigos oculares del Evangelio. Jesús sintetiza toda su obra, todo lo que quiso hacer por sus discípulos y por la humanidad, en una «bendición». Así sella el gran “amén” de su obra en el mundo. La bendición de Jesús permanecerá con los discípulos, los animará a lo largo de sus vidas y los sostendrá en todos sus trabajos.
Finalmente, Jesús se separa de sus discípulos. Lucas describe la manera como se da la partida de Jesús: es “llevado” o “conducido” hacia el cielo. Lucas no se entretiene en formular conceptualmente el acontecimiento como lo hará la tradición del nuevo testamento; comparte junto a los discípulos se coloca del lado de los discípulos y así describe un último rasgo de su relación con Jesús: ellos lo ven hasta el último instante y son testigos de su obra completa coronada por su “Señorío” en el cielo.
El epílogo
El relato de la Ascensión concluye con la primera alabanza que se dirige directamente a Jesús por parte de su comunidad: «Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo, y permanecían constantemente en el templo, alabando a Dios.»
Es la conclusión de nuestro pasaje y al mismo tiempo de todo el evangelio. Cuando Jesús desaparece de la vista de los discípulos, la última mirada del destinatario del evangelio se concentra en los discípulos. Sus reacciones tienen también sabor litúrgico: lo adoraron, regresaron a Jerusalén y permanecían en el templo en alabanza a Dios.
Nótese que los discípulos no se van para sus casas sino para el Templo, que no están tristes ni nostálgicos, a Jesús lo adoran, al Padre lo alaban y ellos están llenos de gozo; la alegría de los discípulos tiene como marco la adoración y la alabanza y la comunión fraterna.
Somos así invitados a reconocer en nuestra vida la grandeza de la misericordia de Dios, experimentada a través del Resucitado, y participar gozosamente en la alabanza apostólica. Esta actitud de alabanza y gratitud debe permanecer de aquí en adelante en nuestra vida.
[1] F. Oñoro, Jesús sube al cielo bendiciendo a sus discípulos. Lectio Lucas 24, 46-53, CEBIPAL/CELAM. F. Ulibarri, Conocer, gustar y vivir la palabra, 167-170.