Tiempo Ordinario
Jueves de la II semana
Textos
+ Del evangelio según san Marcos (3, 7-12)
En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, seguido por una muchedumbre de galileos. Una gran multitud, procedente de Judea y Jerusalén, de Idumea y Transjordania y de la parte de Tiro y Sidón, habiendo tenido noticias de lo que Jesús hacía, se trasladó a donde él estaba.
Entonces rogó Jesús a sus discípulos que le consiguieran una barca para subir en ella, porque era tanta la multitud, que estaba a punto de aplastarlo. En efecto, Jesús había curado a muchos, de manera que todos los que padecían algún mal, se le echaban encima para tocarlo. Cuando los poseídos por espíritus inmundos lo veían, se echaban a sus pies y gritaban: “Tú eres el Hijo de Dios”. Pero Jesús les prohibía que lo manifestaran. Palabra del Señor.
Mensaje[1]
Vista la hostilidad de los fariseos, Jesús abandonó Cafarnaún y su sinagoga para ir hacia aquellas multitudes que le escuchaban de buen grado. En cualquier ciudad o región a donde vaya, Jesús se encuentra siempre rodeado de multitudes que lo apretujan. Son muchos los que acuden de todas las regiones, como recuerda este pasaje.
Todas las multitudes, incluso las de hoy, resultan agobiantes; la gente tiene necesidad física de ver, de encontrar, de tocar a alguien que les comprenda y ayude. Por esto siguen apremiando: quieren acercarse, tocar y descargar todo su dolor, todas sus esperanzas sobre aquel hombre bueno.
Por otra parte, ¿a quién podrían acudir sin ser rechazados? Saben bien que en Jesús encuentran a un hombre bueno y compasivo que nunca les rechazará. La disponibilidad de Jesús no significa renunciar a desempeñar su ministerio. Y decide subir a una barca para alejarse un poco de la orilla y poder ver a todos. Y continúa hablando a la multitud. Es una escena que impresiona por su fuerza. Aquella barca se convierte en un nuevo púlpito para Jesús. ¿Cómo no ver en ella la imagen de la Iglesia?
Debemos preguntarnos con seriedad: ¿dónde pueden las multitudes de hoy, más numerosas que las de entonces, «tocar» a Jesús? ¿A dónde pueden llevar los muchos que están necesitados su equipaje de dolor y sus esperanzas para ser curados y consolados? ¿No deberían ser nuestras comunidades cristianas de hoy el cuerpo de Jesús que los pobres y los débiles pudieran alcanzar y «tocar»?
Nuestro mundo necesita una Iglesia cercana, próxima. Hoy más que ayer. De hecho, parecen crecer las barreras que ponen los que están bien, individuos o naciones, para impedir a las multitudes de pobres, llegar si quiera a rozar las fronteras. ¡Nada que ver con una presión aplastante! Las barreras -a veces hechas de ladrillos y muchas veces de prejuicios- están inspiradas por esos «espíritus inmundos» de los que habla el evangelista, que quieren impedir que la palabra de Jesús llegue al corazón de quien lo escucha. El Evangelio nos muestra cuánto más fuerte es la fuerza de Jesús que la de tales espíritus. El Señor da a sus discípulos esta misma fuerza suya para que puedan continuar su misión de salvación en todos lados.
[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 66-67.