Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre

Tiempo Ordinario

Viernes de la VII semana

En aquel tiempo, se fue Jesús al territorio de Judea y Transjordania, y de nuevo se le fue acercando la gente; él los estuvo enseñando, como era su costumbre.

Se acercaron también unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su esposa?” El les respondió: “¿Qué les prescribió Moisés?” Ellos contestaron: “Moisés nos permitió el divorcio mediante la entrega de un acta de divorcio a la esposa”.

Jesús les dijo: “Moisés prescribió esto, debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer.

Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola cosa. De modo que ya no son dos, sino una sola cosa.

Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.

Ya en casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre el asunto. Jesús les dijo: “Si uno se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”. Palabra del Señor.

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Para ponerlo a prueba, los fariseos se acercan a Jesús y le hacen una pregunta capciosa: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su esposa?”. Se le hace una pregunta que no es positiva y, además, de sentido único: el comportamiento del hombre con la mujer, y no viceversa. El problema existe y, por consiguiente, es preciso afrontarlo. Ahora bien, todo problema tiene que ser iluminado a la luz de la Palabra, elemento primordial y fuente para conocer la voluntad de Dios y, en consecuencia, el plan de vida. Jesús se erige en intérprete autorizado de esa voluntad.

Acepta la pregunta y responde con una contrapregunta: “¿Qué les prescribió Moisés?”, en otras palabras: ¿qué dice la ley? Jesús pregunta sobre algo que también ellos consideran obligatorio. La respuesta se aparta de la pregunta porque los fariseos declaran lo que Moisés «permitió». Están desencaminados, no están respondiendo de manera correcta. Jesús explica la razón de la concesión de Moisés, la «dureza de corazón» o «incapacidad para entender», que es la falta de elasticidad a la hora de acoger la voluntad de Dios. El corazón es el centro de la persona, el conjunto armónico formado por la inteligencia, la voluntad y la afectividad. La máquina se ha atascado. La de Moisés fue una norma dada por la dureza de corazón. Por consiguiente, es una norma condicionada, ligada al tiempo y dependiente de una situación particular. No se trata de lo que es obligatorio, sino de lo que está permitido. 

Es preciso remontarse a los orígenes, a la pureza primitiva, a la auténtica voluntad divina. Ésta había establecido una distinción entre varón y hembra, en vistas a una comunión plena entre ambos. Esta unidad es expresión de la voluntad divina, nadie está autorizado a deshacerla. Llega perentorio el mandamiento, sin añadidos: «Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre». 

La explicación de Jesús, lógica y esencial, no les parece fácil de comprender ni siquiera a los discípulos, que piden explicaciones en privado, una vez en casa. La dificultad se encuentra en el hecho de que es preciso cambiar de mentalidad, invertir la tendencia machista, alimentada por la praxis. Jesús no hace descuentos, no suaviza para nadie las severas exigencias de un amor verdadero. Confirma y clarifica su pensamiento. La ruptura de aquella unidad querida por Dios es adulterio, ruptura grave de una relación nacida para permanecer inoxidable en el tiempo. Jesús, al añadir que el compromiso de fidelidad vale para ambos, hombre y mujer, introduce una paridad de derechos y deberes desconocida en el mundo judío.


[1] G. Zevini – P.G. Cabra, Lectio divina para cada día del año. 9., 346-347.

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