Tiempo Ordinario
Viernes de la XXI semana
Textos
De la primera carta del apóstol san Pablo a los tesalonicenses (4, 1-8)
Hermanos: Les rogamos y los exhortamos en el nombre del Señor Jesús a que vivan como conviene, para agradar a Dios, según aprendieron de nosotros, a fin de que sigan ustedes progresando.
Ya conocen, en efecto, las instrucciones que les hemos dado de parte del Señor Jesús.
Lo que Dios quiere de ustedes es que se santifiquen; que se abstengan de todo acto impuro; que cada uno de ustedes sepa tratar a su esposa con santidad y respeto y no dominado por la pasión, como los paganos, que no conocen a Dios. Que en esta materia, nadie ofenda a su hermano ni abuse de él, porque el Señor castigará todo esto, como se lo dijimos y aseguramos a ustedes, pues no nos ha llamado Dios a la impureza, sino a la santidad.
Así pues, el que desprecia estas instrucciones no desprecia a un hombre, sino al mismo Dios, que les ha dado a ustedes su Espíritu Santo. Palabra de Dios.
Mensaje[1]
Pablo empieza esta parte de la Carta remitiéndose a la autoridad de Jesús. Y en su nombre enseña lo que «agrada a Dios» (4, 1): lo que «Dios quiere» (4, 3; 5, 18). Considera la exhortación tan descisiva que la hace como una oracón. Los tesalonicenses ya saben como comportarse para agradar a Dios: el mismo apóstol se lo había mostrado cuando estaba con ellos, tanto con el ejemplo como con la enseñanza.
Deben preservar en ese camino y distinguirse aún más mientras lo recorren, hasta la santidad. La voluntad de Dios es nuestra satisfacción, es decir, pertenecer en todo a Dios, alejarse del mundo y liberarse de sus ataduras.
Pablo exhorta a los tesalonicenses a tener comportamientos que respeten la dignidad del cuerpo y la santidad del matrimonio. Es fundamental abandonar la mentalidad paganizadora que nos convierte en esclavos de nosotros mismos y de nuestros instintos. Además, previene de la sed de beneficio y de la codicia que llevan a oprimir a los demás y a humillarlos.
Dios, continúa escribiendo el apóstol, «no nos llamó a la impureza, sino a la santidad» (4, 7). Por tanto, quien desprecia esos preceptos desprecia al mismo Dios, mientras que quien permanece en la «santidad» vive en el amor.
Si el amor es el Espíritu infundido por Dios en el corazón de los creyentes, el mismo Espíritu es el maestro interior que guía a todo discípulo. El amor fraterno, de hecho, no es un precepto de los hombres, sino el mandamiento nuevo que Jesús ha dado a los discípulos de todos los tiempos convirtiéndolo en signo distintivo de su vínculo con él. Y es un don que hay que vivir cada vez con mayor amplitud.
Nadie puede acomodarse en el amor que ya tiene; este mismo amor pide crecer y ampliarse. El apóstol exhorta por último a los tesalonicenses a llevar una vida serena, es decir, confiada a la voluntad de Dios, y a distinguirse por vivir «dignamente» ante los extraños. Viene a la memoria la afirmación de lo Hechos a propósito de los primeros cristianos de Jerusalén, que «gozaban de la simpatía de todo el pueblo» (Hch 2, 47).
[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 315-317.