Lo hemos dejado todo para seguirte

Tiempo Ordinario

Martes de la VIII semana

Textos

En aquel tiempo, Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”. Jesús le respondió: “Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres e hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna. Y muchos que ahora son los primeros serán los últimos, y muchos que ahora son los últimos, serán los primeros”. Palabra del Señor.

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Las palabras de Pedro, que se ha hecho portavoz de los otros apóstoles, hacen emerger una conducta opuesta a la del aquel hombre rico que encontramos en el pasaje evangélico precedente. En efecto, ante la llamada de Jesús los discípulos lo «dejaron todo» y lo «siguieron», señalan los evangelios.

Surgen así los primeros discípulos, y juntos forman ese «nosotros» que usa Pedro en la pregunta que hace a Jesús en nombre de todos ellos y de los discípulos de todos los tiempos.  

La pregunta de Pedro permite a Jesús mostrar la belleza de seguirle: ser discípulo no es ni un sacrificio ni una pérdida respecto a una vida que habría podido ser más rica y feliz. Jesús le específica a Pedro cuál es la riqueza que obtienen al seguirle recibir «el ciento por uno» de lo que han dejado. Obviamente Jesús no habla en el plano cuantitativo sino en el de la calidad de vida.

El «céntuplo» es la riqueza y la dulzura de la vida de la comunidad en la que el discípulo es acogido, que se convierte para él en un don de Dios. Por supuesto, no es su propietario, es como la familia en la que se nace y se es acogido como un don precioso. 

En esa perspectiva, se elimina de raíz una concepción individualista del discipulado o de la experiencia cristiana. Uno se hace discípulo siendo acogido en la comunidad de los creyentes: donde se escucha juntos el evangelio, se parte el pan eucarístico, se sirve a los pobres y se vive en amor fraterno. 

La Iglesia, la comunidad de los creyentes, se convierte para cada discípulo por tanto, en madre, hermano, hermana, y casa. Jesús no deja de notar que tampoco faltarán las «persecuciones», que él mismo experimentara. 

Pero la herencia que se recibe en la tierra será plena en el cielo. «Y en el mundo venidero, vida eterna» dice Jesús. La fraternidad con Jesús no tendrá fin, ni siquiera la muerte podrá destruirla.


[1] V. Paglia, Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día. 2021

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