Llamó Jesús a los Doce, los envió de dos en dos…

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Domingo de la XV semana

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En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce, los envió de dos en dos y les dio poder sobre los espíritus inmundos. Les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica.

Y les dijo: “Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de ese lugar.

Si en alguna parte no los reciben ni los escuchan, al abandonar ese lugar, sacúdanse el polvo de los pies, como una advertencia para ellos”.

Los discípulos se fueron a predicar el arrepentimiento. Expulsaban a los demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban. Palabra del Señor.

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Este Domingo el evangelio nos presenta un paso fundamental en el seguimiento de Cristo: la misión.

El mismo evangelio de Marcos deja claro que Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar. El texto que hoy leemos en  la Liturgia relata el envío de los discípulos, destacando una serie de elementos que hay que tener siempre presentes en la misión de la Iglesia.

Ser misionero exige una personalidad madura, capaz de salir de si mismo para ir al encuentro de personas y grupos, para transmitirles la alegría de la fe, acompañarles en su encuentro con Jesucristo y en su camino vocacional hasta que con su vida sean testigos del amor de Dios.

No hay que perder de vista que el pasaje anterior al texto que leemos nos describió el «fracaso» de Jesús en Nazaret su propia tierra y que Él no se desanima, por el contrario continúa con su misión asociando a ella a sus discípulos.

El relato inicia con el llamado. No puede haber envío sin vocación. Son doce discípulos, número simbólico que parece indicar la intención de Jesús de reconstituir el pueblo de la Alianza. Van de dos en dos, pues su tarea principal será la de ser testigos; de acuerdo al derecho judío un testimonio para que sea válido tiene que ser de al menos dos personas. No van en nombre propio, sino como testigos de un mensaje que han recibido; su testimonio lo darán ayudándose y apoyándose entre si; y serán formadores de comunidades. La misión siempre apunta a la formación de la comunidad.

En el anuncio del Reino es esencial la manifestación de la soberanía de Dios sobre el poder del demonio. Los discípulos, revestidos de poder, anunciarán el Reino expulsando demonios, es decir, enfrentando las diversas manifestaciones del mal que será vencido con el poder de Jesús. Junto a los exorcismos, la predicación de la conversión y la curación de los enfermos serán fundamentales para el cumplimiento de la misión. Estos tres aspectos de la misión nos hacen entender que la obra eficaz del acontecer del Reino es rescatar a la humanidad del camino equivocado, de las garras destructoras del mal que confunde, degrada y deshumaniza impidiendo que el hombre sea lo que está llamado a ser según el proyecto de Dios.

La parte central de este relato de envío corresponde a las instrucciones de Jesús a los Doce. Jesús llama, envía y habilita para la misión y también da instrucciones o normas de comportamiento que distinguirán a quien en su nombre sea testigo del Reino de Dios.

Estas normas de conducta expresan la convicción profunda de los discípulos de que la tarea que realizan no es en nombre propio, de que son enviados y esto lo reconocen poniendo su confianza sólo en Dios, en la fuerza de su Palabra y no en sus recursos, habilidades o capacidades.

El mensajero, con su estilo de vida no debe provocar confusiones. Quienes se adhieran a Jesús deben hacerlo por Él mismo y no por falsas expectativas provocadas por la imagen del mensajero o por sus recursos. La Palabra va acompañada por el testimonio y este debe ser transparente. El enviado sólo puede ir apertrechado de lo esencial, de lo realmente necesario –túnica, sandalias y bastón-.

La vida austera y pobre es en si misma un anuncio de que el Reino está cerca porque expresa que se viene en son de paz y con mansedumbre; que Dios es lo fundamental, que se puede confiar en Él; que la seguridad personal no está en los bienes y que el mensaje se dirige a todos, también a los pobres, a los marginados y a los indefensos.

El misionero que viene en son de paz, sin intereses personales que cuidar o defender en sus posesiones, puede aceptar la benévola acogida que le dispensen quienes le ofrecen un espacio en sus casas. Debe aceptar la hospitalidad que se le ofrezca sin andar buscando espacios más cómodos, contentándose con lo que una familia pobre puede compartirle y debe permanecer en una familia de manera que su presencia alcance a ser fermento de una vida nueva en Dios.

Sin embargo el misionero puede ser rechazado, como le sucedió al mismo Jesús. Si esto sucede debe partir de allí y buscar nuevos horizontes para la misión. Pero antes de hacerlo, debe cerrar el ciclo, marcar el fin de toda relación. Esto lo hará con un gesto: sacudirse el polvo de los pies. Con ello el misionero deja claro que no está de acuerdo con la actitud negativa que lo rechaza y deja abierta la posibilidad de la conversión, ya que el rechazo del Reino puede tener consecuencias funestas, pues la vida de una persona o comunidad que se construye sobre la mentira o la injusticia además de hacer mucho daño termina destruyéndose a sí misma.

Quien rechaza al misionero rechaza también la Buena Nueva que anuncia. Sin embargo, la Palabra debe anunciarse aún en circunstancias adversas, pero siempre sin contradecirse, siempre de manera evangélica.

La misión es presencia y compromiso. No puede quedar en una buena intención. Requiere una actitud de apertura y confianza a Dios y una actitud definida con decisión frente al mal. Los signos del anuncio no pueden ser ambiguos sino expresar, como señala el Evangelio, el rechazo a la obra deshumanizadora del mal, de la enfermedad, del pecado y de la muerte y anunciar explícitamente que el Reino de Dios quiere para todos una vida digna en plenitud y que esta se alcanza solamente viviendo en Dios y desde Dios.

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