Llamó a los que quiso, para que se quedaran con él y para mandarlos a predicar 

Tiempo Ordinario

Viernes  de la II semana

En aquel tiempo, Jesús subió al monte, llamó a los que él quiso, y ellos lo siguieron.

Constituyó a doce para que se quedaran con él, para mandarlos a predicar y para que tuvieran el poder de expulsar a los demonios.

Constituyó entonces a los Doce: a Simón, al cual le impuso el nombre de Pedro; después, a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, a quienes dio el nombre de Boanergues, es decir “hijos del trueno”; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y a Judas Iscariote, que después lo traicionó. Palabra del Señor.

Descargar los textos en PDF

Después de haber acogido a las multitudes a orillas del lago, Jesús se desplaza a lo alto del monte. Casi con certeza es el monte de las bienaventuranzas, puesto que inmediatamente después de la elección de los Doce, según la narración de los otros evangelistas, Jesús pronuncia el discurso de la montaña. 

El monte es el lugar de la oración, el lugar del encuentro con Dios, más que el de la misión entre la gente. Y escribe Marcos que Jesús «llamó a los que él quiso; y vinieron junto a él». Es él quien los escoge y los llama. Después de la adhesión a la llamada, Jesús los lleva consigo sobre el monte. 

Son doce, como las doce tribus de Israel. Es claramente un acto lleno de sentido: él es el pastor de todo Israel. Por fin todo el pueblo de Dios encontraba su unidad alrededor del único pastor. Aquellos Doce están unidos a partir de Jesús que les ha llamado y les ha unido a su misma misión. Es el Señor quien les mantiene unidos como hermanos, no otro. 

La razón de la comunión cristiana es sólo Jesús, ciertamente no la nacionalidad, ni intereses comunes, ni lazos de cultura o de sangre, ni una misma condición o una común pertenencia. Les une sólo el ser todos discípulos de ese único Maestro. Pero estar junto a Jesús no es para encerrarse en un grupo elitista y preocupado de su propia vida. Jesús los «instituyó», es decir, los estableció en la unidad no para que permaneciesen entre ellos sino para «enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios». Es lo que Jesús mismo hacía: predicar el reino de Dios y expulsar demonios. 

La Iglesia, fundada sobre los Doce, está llamada a continuar a lo largo de los siglos y en el mundo entero esta misma obra. La comunidad cristiana no es un pueblo anónimo, compuesto de personas sin vínculos entre ellas. El Señor ha llamado a los Doce por su nombre, uno a uno. Así nació esta primera comunidad de los Doce. Y del mismo modo sigue naciendo todavía hoy toda comunidad cristiana. 

En la comunidad cristiana, cada uno tiene su nombre, su historia, y a cada uno se le ha confiado la misión de anunciar el Evangelio y curar las enfermedades. El requisito para la misión es que el apóstol debe ante todo «estar con Jesús». Se podría decir que el apóstol es ante todo discípulo, es decir, alguien que está con Jesús, que le escucha, que le sigue. 

El estrecho vínculo con la vida y las palabras de Jesús son la base de la misión. Si están con Jesús irán con él en medio de las multitudes y continuarán su misma obra de predicación y de curación. No es casualidad que, según narra el evangelista Juan, Jesús les dirá: «Separados de mí no pueden hacer nada» (Jn 15, 5). Es Jesús quien actúa a través de su Iglesia. Y esta debe modelarse cada vez más de acuerdo a su Señor.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2019, 67-68.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *