La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular

Cuaresma

Viernes de la II semana

Textos

En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: “Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego la alquiló a unos viñadores y se fue de viaje.

Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro, y a otro más lo apedrearon.

Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo.

Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: ‘A mi hijo lo respetarán’. Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: ‘Este es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia’. Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron.

Ahora díganme: Cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?” Ellos le respondieron: “Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo”.

Entonces Jesús les dijo: “¿No han leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable? Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos”.

Al oír estas palabras, los sumos sacerdotes y los fariseos comprendieron que Jesús las decía por ellos y quisieron aprehenderlo, pero tuvieron miedo a la multitud, pues era tenido por un profeta. Palabra del Señor.

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Para los que escuchaban esta parábola en tiempos de Jesús estaba claro que la viña representaba al pueblo de Israel y el dueño era Dios, que la cuidaba con increíble amor. 

La parábola llega a su culminación cuando llega el tiempo de los frutos y el dueño manda a los siervos a recogerlos. La reacción de los viñadores es violenta: apenas llegan los siervos los apresan, a uno lo golpean, a otro lo matan y a otro lo lapidan. El dueño, desconcertado por esta violenta reacción, envía a otros, pero también ellos sufren la misma suerte. 

Es una síntesis trágica de la recurrente historia de la oposición violenta a los siervos «siervos» de Dios, a los hombres de las «palabra», a los justos y honestos de todo tiempo y lugar, por parte de los que quieren servirse sólo a sí mismos y acumular riquezas en su propio beneficio. 

Pero el Señor –y aquí está el verdadero rayo de esperanza que salva la historia- no pierde nunca la paciencia. «Finalmente» dice Jesús, el dueño envía al hijo. Piensa para sí: «A mi hijo le respetarán». Pero la ira de los viñadores explota con más ferocidad: lo agarran, lo sacan «fuerza de la viña» y lo matan. Estas palabras describen a la perfección el rechazo a acoger a Jesús por parte no sólo de cada persona, sino del conjunto de la ciudad y de sus habitantes. 

Jesús, nacido fuera de la ciudad de Belén, muere fuera de Jerusalén. Jesús, lúcida y valientemente, denuncia esta infidelidad que culmina con el rechazo y el asesinato del último y definitivo enviado de Dios. Él espera los «frutos de la viña» pero se le paga con la muerte de sus siervos primero, y al final la de su propio hijo. 

Pero Dios no se resigna: de ese hijo nacen nuevos viñadores, que cuidarán la viña y darán nuevos frutos. Los nuevos viñadores se convierten en un nuevo pueblo. Su vínculo, sin embargo, no viene dado por la pertenencia a la sangre o por vínculos exteriores, aunque sean «religiosos», sino por la adhesión al amor del Padre. 

El evangelista continúa diciéndonos que nadie puede reivindicar derechos de propiedad: todo es don del amor gratuito de Dios. El nuevo pueblo de Dios se ve cualificado por los «frutos» del Evangelio, es decir, de la fe que genera las obras de la justicia y la misericordia. En otras palabras, los frutos coinciden con la fidelidad al amor de Dios y a su Evangelio. 


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 119-120.

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