La letra mata, pero el Espíritu da vida.

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Miércoles de la X semana

Textos

De la segunda carta del apóstol san Pablo a los corintios (3, 4-11)

Hermanos: Cristo es quien me da esta seguridad ante Dios. No es que yo quiera atribuirme algo como propio, sino que mi capacidad viene de Dios, el cual me ha hecho servidor competente de una nueva alianza, basada no en la letra, sino en el Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida.

Ahora bien, si aquel régimen de muerte, el de la ley grabada en tablas de piedra, se promulgó tan gloriosamente, que los israelitas no podían fijar la vista en el rostro de Moisés por su resplandor, aunque pasajero, ¿cuánto más glorioso no será el régimen del Espíritu? Efectivamente, si el régimen de la condenación fue glorioso, con mucho mayor razón lo será el régimen de la salvación.

Más aún, aquel esplendor ha sido eclipsado ya por esta gloria incomparable.

Y si aquello que era pasajero, fue glorioso, ¿cuánto más glorioso no será lo permanente? Palabra de Dios.

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Mensaje[1]

La misma vida de la comunidad es el anuncio más claro y fuerte del Evangelio. En eso se basa lo que decía Gregorio Magno: «La Sagrada Escritura crece con quien la lee». La «verdadera» Escritura, la «carta de Cristo» al mundo, es la comunidad viva. En ella se ve la fuerza de la Palabra escrita por el Espíritu en el corazón de los oyentes a través de la predicación del apóstol. 

El vínculo entre la predicación y el corazón del que escucha proviene de la capacidad del que anuncia el Evangelio y del Espíritu presente en su corazón. Pablo ya lo había escrito en su primera Carta a la comunidad: «Me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no se apoyaban en persuasivos discursos de sabiduría, sino en la demostración del Espíritu y de su poder». 

En las palabras del apóstol emerge el amor apasionado con el que comunicó la Palabra de Dios para que llegara al corazón de aquellos a quienes se dirigía. El apóstol dedicó grandes esfuerzos a este ministerio; le dedicó años de su vida. 

El pasaje termina con una relectura de la revelación que Dios hizo a Moisés en el Sinaí. Pablo compara la revelación de la ley, que se produjo sobre tablas de piedra, con la revelación del Evangelio. Esta última, sin embargo, que viene del Espíritu, es mucho más profunda que la primera porque no está esculpida sobre piedras, sino en el corazón. Y añade: «La letra mata, pero el Espíritu da vida» (v. 6). El espíritu de Jesús quita todo velo a una religiosidad ritual para mostrar que la esencia eterna del Evangelio es el amor.


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023, p. 237. 

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